La bailarina, de
Ogai Mori es un precioso relato corto. Si nuestra fascinación por el Oriente es evidente, la fascinación japonesa por Occidente no le va a la zaga. Y en
La bailarina se nos demuestra.
Este pequeño cuento es la historia de un sueño o de una vida de cristal hecha añicos. Nada nos desmorona más que el choque cultural de dos mundos, de dos formas de ser y de ver la vida. Toda emoción extrema nos une, nos iguala. El odio a lo distinto nos transforma en animales sin sentido, capaces de las mayores fechorías; una vez pasado ese estado, es cuando abrimos los ojos a la realidad, es cuando nos damos cuenta de lo que hemos hecho, reflexionamos y nos lamentamos por lo ocurrido; raramente, pero ocurre, nos mueve la vergüenza o el remordimiento e intentamos reparar el mundo despedazado por nuestros afanes. al amor le ocurre lo mismo.
La bailarina es la historia de una ilusión rota. Asistimos a la fascinación por lo occidental de Toyotaro Ota, a su acercamiento curioso, a la seducción por lo que descubre y finalmente al amor de una corista que todo lo parece para él y por la cual, presa de un romanticismo tan puro de la época, piensa dejarlo todo y entregarse al sentimiento furioso y único. Hasta que despierta y hace pedazos ese sueño de cristal, y todo vuelve a ser lo que debería ser en el mundo.
En este cuento precioso, recomendado por
Màxim Huerta, podemos encontrar múltiples referencias, fruto de la época en la que fue escrito, y sin embargo prefiero dejarlas de lado. En él encuentro todo lo que a mí me enamora de la literatura japonesa: la dulce belleza no exenta de salvaje crueldad, la delicadeza de un mundo que viaja siempre al filo de la navaja, y esa preocupación casi milimétrica sobre el presente, lo que se deja atrás y todo lo que puede conmover al corazón sobre la mente, perdiendo siempre, sacrificándose a veces, pura y sencilla frente a una seducción mayor que subyuga la naturaleza festivalera y despreocupada del hombre por un ideal más sereno, impasible y certero como la hoja afilada de un sable ceremonial: la mente, las convenciones sociales y el puro egoísmo natural que nos hace ser quienes somos.
En pocas páginas, la maestría de
Ogai Mori nos conmueve, con sus ecos a La dama de las camelias y, por ende, a La Traviata o a La Bohème, y también en mucho a Madame Butterfly, nos transporta y nos recuerda que nada en la vida es sueño pues la realidad subyuga todo estado, toda emoción y todo anhelo. Ya que nada tiene sentido, o todo adquiere su máximo sentido, al ser alambicado por las circunstancias y la mente que piensa en ellas: poderoso instrumento que disfraza sentimientos y que nos autoconvence o nos anula o nos hace ser, en realidad, lo que somos.
La bailarina es un cuento de cristales rotos, lleno de belleza y resonancias musicales, y es el reflejo de lo que nuestra fascinación por la cultura japonesa es: un espejo de dos caras.
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