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Crítica de Absalon


Absalon
24 December 2020
De verdad que me sorprende leer tantas críticas entusiastas de un libro plagado de personajes planos, de recursos efectistas y sensibleros, tan caótico en su construcción (menudo abuso de esos finales tipo "lo que no sabía es que mi vida estaba a punto de cambiar en las próximas tres horas". Una o dos veces no está mal, pero es que lo hace... ¿más de cien veces?), y sobre todo de situaciones inverosímiles y ridículas que me gustaría compartir.
Y digo bien, ridículas. Porque ridículo es el comportamiento que tiene la psicóloga la primera vez que charla con el protagonista (ojos abiertos como platos por la sorpresa, negación de la primera revelación del niño, y una sorprendente respuesta: que mejor se marcha porque no sabe qué pensar sobre lo que le ha contado. Anda ya).
Ridículos son los protocolos del instituto en el que ocurre casi todo el acoso, con profesores que hacen la vista gorda porque total, están a un año de jubilarse, profesores que hacen la vista gorda porque no quieren problemas, y directoras que hacen la vista gorda porque son cosas de niños. En un centro educativo, al primer lápiz que un niño tira a otro, hay expulsión al canto. Pero es que este instituto debe ser americano, al igual que el villano, que es el Nelson de los Simpson pero fusionado con el Joker de Batman, por eso de que toda su malvad deriva de un traumático accidente que, a propósito, constaba con detalles en los informes del instituto, como si en los centros educativos tuviesen una base de datos con la vida y milagros de todo el alumnado.
Es cómica esa conversación entre la profesora-héroe-esquizofrénicaquehablasola y la directora:
-Creo que un niño lleva semanas o meses sufriendo acoso.
-Ah, ¿y por qué lo crees? ¿Qué pruebas tienes?
-Pues mire, le lanzan todo tipo de objetos en clase, le roban el almuerzo en el recreo, se meten con él, ha bajado su rendimiento... (OSTRAS, ¿CREES?).
-Nada, son cosas de niños. Vamos a dejarlo estar porque no nos interesa tener mala publicidad.
¡Madre mía! No le hubiese venido mal al autor entrar en un instituto y preguntar cómo funcionan las cosas.
Y ya, de paso, saber que un profesor no puede permitir la salida del centro educativo conforme vayan terminando un examen, solo porque es viernes. Y tampoco creo que le diga al alumno "lárgate ya", cual matón de barrio.
Es todo como muy... americano. Pero americano de american pie.
Especialmente nerviosa me han puestos los cambios de tiempo en los diversos capítulos, algo que no he terminado de entender.
Ni siquiera el caso concreto de acoso me ha resultado creíble. Los matones, lo primero que aprenden es a no dejar huella digital, pero como este es malo malísimo de manual, pues no se corta en dejar mensajes amenazantes en todas las redes sociales habidas y por haber.
Y de los padres ni hablo: muebles.
Para rematarlo todo, un final en el que la profesora-salvadora-esquizofrénica revela que ha seguido al niño durante meses y por ello ha visto no solo todo el acoso que ha sufrido ("directora, CREO que un alumno sufre acoso..."), sino que también conoce sus escondites secretos mejor incluso que los acosadores, que esos sí que lo han acechado continuamente.
En fin. Por lo menos es una edición corregida (16° edición, qué menos) y no he encontrado más de una o dos erratas, porque hubiese sido el acabóse.
El último párrafo da vergüenza y termina por pretender convertir eel libro en una fábula con moraleja.
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