Ana de Tejas Verdes

Mi abuelo me regaló un ejemplar de Ana la de Tejas Verdes (1908), cuando yo era una niña adicta a las tiras de Mafalda que se había quedado atontada contemplando la portada de la novela, ilustrada con una pelirroja que me miraba con curiosidad. Él no estaba nada convencido de comprarme "literatura para niñas". Bastante habíamos tenido con años de cuentos de hadas y su nieta, tan intensita, esperando príncipes y desafiando dragones.

Aún no sabíamos nada de Anne Shirley, la pequeña huérfana pelirroja que llega, por error, a Tejas Verdes, hogar de dos hermanos de mediana edad, Marilla y Matthew, residentes del pequeño pueblo de Avonlea, en la Isla del Príncipe Eduardo. Aunque ambos esperaban a un chico que ayudará en los trabajos de la granja, la charlatán e imaginativa Ana conquista de forma inmediata a Matthew y transforma a Marilla en una mujer completa gracias al amor.

Parece que la canadiense Lucy Maid Montgomery (1874-1942), se inspiró en su propia infancia, al lado de sus abuelos, tras la muerte de su madre y el abandono paterno, la casa de estos en Cavendish, su espíritu soñador y creativo o su graduación como maestra en el Prince of Wales College, de Charlottetown, tras cursar dos años en uno. Y consiguió, con su Anne, emocionar a mi abuelo, que probablemente se sentía identificado con Matthew, y hacerle asentir ante las palabras de Marilla, tantas veces repetidas por su propia madre: "Creo que una chica debe estar preparada para ganarse el sustento, lo necesite o no".

Reencontrarme con Ana ha sido vencerle el pulso a la muerte. Y volver a Tejas Verdes, hacerlo también a los brazos de mi abuelo, que siempre me consolidan cuando se terminaba una historia, recordándome que otra estaba por comenzar.
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