Había trabajado los dos últimos años con empeño y determinación, cometiendo muchos errores y aprendiendo de ellos. Y habia obtenido su recompensa. Había enseñado algo a sus alumnos, pero tenía la sensación de que ellos le habían enseñado mucho más... Le habían dado lecciones de ternura, contención, sabiduría inocente y acervo popular infantil. Tal vez no hubiera conseguido “inspirar” en los niños ninguna ambición deslumbrante, pero les había enseñado, más con la dulzura de su personalidad que con todas sus reglas premeditadas, que era conveniente y necesario que vivieran los años que tenían por delante siendo amables y buenos, aferrándose a la verdad, la cortesía y el cariño, alejándose de todo lo que oliese a falso, mezquino y vulgar. Es posible que no fueran en absoluto conscientes de haber aprendido estas lecciones, pero las recordarían y practicarian mucho después de haber olvidado el nombre de la capital de Afganistán y las fechas de la guerra de las Dos Rosas.
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