Los mil y un velorios

Sobre “Los mil y un velorios”, de Carlos Monsiváis

En el ámbito literario, decir el nombre Carlos Monsiváis equivale a evocar a un intelectual y, además, omnipresente, como lo señaló otro escritor, Juan Villoro, al referirse a él. Omnipresente al menos en dos sentidos: 1) podía vérsele en foros distintos y hablando sobre los temas más diversos, y 2) era un notable polímata, que en todo caso, se decantó por ser un gran cronista de la ciudad de México.

Hay intelectuales que se toman muy en serio tal papel, y cuando escriben, cuando hablan, lo hacen desde las nubes, en términos muchas veces inextricables; pareciera que solo ejercieran su labor para unos pocos que sí podrían entenderles. Tal no es el caso de Monsiváis: dueño de un lenguaje erudito pero sencillo, es también no pocas veces irónico. Esto, más allá de restarle méritos, lo coloca en una posición que pocos autores en México han alcanzado: convertirse en la voz crítica del sistema y la época que les tocó vivir; recordemos, por ejemplo, a Jorge Ibargüengoitia.

“Los mil y un velorios. Crónica de la nota roja en México” es la obra que quiero comentar. Efectivamente, como el título lo indica, estamos ante la narración cronológica sobre la nota roja. Pero esto es solo el marco, ya que lo que importa es –para mi gusto– la simbiosis que poco a poco se fue dando entre la autoridad y el crimen, a tal grado que si hablamos de la actualidad –y nada impide suponer que así fue en el pasado–, es muy difícil discernir dónde termina la delincuencia y dónde empieza la justicia.

A través de los casos criminales históricos más famosos en la historia de México –principalmente de la época reciente–, nos damos cuenta de que nuestro país está sumido en algo de lo que será difícil que salga, hablando desde la perspectiva jurídica. No en balde André Breton declaró que este país era el más surrealista, opinión apoyada por Salvador Dalí.

Estructuralmente, el libro está conformado por capítulos breves, con una narración exquisitamente sintética. Lo que leemos es la evolución histórica del crimen y, por consecuencia, las múltiples facetas que la violencia adquiere en los hechos delictuosos (por eso la mención del surrealismo). Resulta de particular interés cómo al narrar ciertos casos, Monsiváis relacione irónicamente lo que está hablando con películas, tal como si aquellos estuvieran basados en un guión cinematográfico (esto no es para extrañar; recordemos que Monsiváis también era un devoto del cine).

Por otro lado, en este libro hallaremos, entre muchos otros, los casos de la banda del automóvil gris, el escalofriante caso de la tamalera María Trinidad, los abogángsters, los crímenes de odio, los tristemente célebres casos de “las muertas de Juárez”, los narcocorridos, etc., hasta llegar al narcotráfico.

De esta obra, dos cosas llamaron singularmente mi atención. La primera: dije que el hecho de que este libro sea una crónica, es solo la forma, porque en realidad es un lúcido análisis de la violencia en México, y cómo prácticamente ha llegado a “normalizarse”, a tal grado que, sin temor a equivocarme, México ha entrado en la deshumanización. La cotidianidad de los crímenes en una sociedad –México, en este caso– hace decir a Monsiváis: “en la sociedad de masas, los procesos meramente individuales son vistos con creciente desinterés”. He ahí el inicio de la deshumanización.

La segunda es, por decirlo así, la “institucionalización del crimen”; es la simbiosis que mencioné al inicio y de la que luego hice una variación al decir que en determinado momento, es difícil delimitar crimen y justicia. Por su claridad, me permito transcribir un párrafo ilustrativo de Monsiváis cuando habla de los crímenes contra las mujeres cometidos en Ciudad Juárez:

"..La clave de la "incompetencia" es la alianza entre los gobernantes, los inquilinos del poder judicial, las policías y los empresarios y los terratenientes de Ciudad Juárez y El Paso, Texas. Esta alianza (no tan) en las sombras se inicia con el despojo de tierras comunales, con los fraudes sin castigo y con las técnicas de intimidación y compra del narcotráfico, que exhiben la disponibilidad de jueces, jefes policiacos (de distintos niveles), agentes del Ministerio Público, muy altos funcionarios, empresarios, comerciantes, militares, clérigos. El destino ineluctable de los narcos incluye la cárcel o la muerte luego de torturas atroces, pero esto no los disuade porque cada uno se considera la excepción y a cada uno Io ampara el poder de compra del conjunto. Y al certificarse lo vulnerable del poder judicial, la noticia se divulga pródigamente: el delito es una acción tarifada, y el dinero y las redes de intereses absuelven por anticipado…”

El párrafo anterior aplica para cualquier hecho delictivo. al finalizar el libro queda una vaga sensación de malestar. ¿Cómo es posible que vivamos en un país como México, donde el crimen está a la orden del día? La realidad es que es un panorama terrible, sin esperanza. La cifra de los muertos relacionados con el crimen se ha convertido solo en eso: una cifra. ¿Qué pasa con aquellos que no forman parte de la estadística pero sí de las desapariciones? ¿Qué hacen las autoridades al respecto? Es un secreto a voces que el pueblo sabe la respuesta, aunque no la diga, porque nuestra realidad ha demostrado que el que disiente de versiones oficiales en casos delicados, debe atenerse a las consecuencias.