La vida es una sucesión de historias de amor y cada una de ellas es la respuesta a otra anterior.
|
La vida es una sucesión de historias de amor y cada una de ellas es la respuesta a otra anterior.
|
Aunque nos sentimos atraídos por aquello que nos abandona, y por lo que parece más probable que vaya a abandonarnos, finalmente creo que nos define lo que nos acoge.
|
Piensa en el miedo, decide ahora mismo cómo vas a enfrentarte al miedo, porque el miedo va a ser la gran cuestión de tu vida, eso te lo aseguro. El miedo será el combustible de todos tus éxitos, y la raíz de todos tus fracasos, y el dilema subyacente de todas las historias que te cuentes a ti mismo sobre tí mismo. ¿Y cuál es la única posibilidad que tienes de vencer el miedo? Ir con él. Pilotar a su lado. No pienses en el miedo como en el malo de la película. Piensa en el miedo como en tu guía, en tu explorador de caminos.
|
Cuando un cactus empieza a inclinarse hacia un lado -me explicó-, le crece un brazo en el otro lado, para equilibrarse. Entonces, cuando empieza a decantarse hacia ese otro lado, le crece otro en el lado contrario. Y así sucesivamente. Por eso vemos algunos con dieciocho brazos. Los cactus siempre intentan mantenerse derechos. Y cualquier cosa que se esfuerza tanto por mantener el equilibrio es digna de admiración.
|
Un viejo bebedor de bourbon me dijo una vez que la vida era siempre cuestión de montañas y de cuevas: montañas que debemos escalar y cuevas en las que escondernos cuando no somos capaces de enfrentarnos a nuestras montañas. Para mí, el bar fue las dos cosas: mi cueva más recóndita, mi montaña más peligrosa. Y sus hombres, aunque en el fondo fueran hombres de las cavernas, fueron mis sherpas.
|
Entendí que debemos mentirnos a nosotros mismos de vez en cuando, decirnos a nosotros mismos que somos capaces y fuertes, que la vida es buena y que el trabajo trae recompensas, y que después debemos intentar que nuestras mentiras se hagan realidad.
|
Yo me fijé en el bar. Otro no habría visto más que un grupo aleatorio de bebedores, pero yo veía a mi gente. A mi familia y amigos. A mis compañeros de viaje. Allí había todo tipo de personas —agentes de bolsa y ladrones de bancos, atletas e inválidos, madres y supermodelos—, pero todos éramos uno. A cada uno le había herido algo, o alguien, y todos acudíamos al Publicans porque a la tristeza le gusta la compañía, pero lo que busca, realmente, es el gentío.
|
La gente no entiende que se necesitan muchos hombres para crear a un hombre bueno. La próxima vez que vayas a Manhattan y veas que construyen uno de esos poderosos rascacielos, fíjate en cuántos hombres hay implicados en la operación. Pues el mismo número se necesita para construir un hombre sólido que para construir una torre.
|
—Cada libro es un milagro —decía Bill—. Cada libro representa un momento en el que alguien se sentó en silencio (y ese silencio forma parte del milagro, no te engañes), e intentó contarnos a los demás una historia.
|
Las palabras organizaban mi mundo, ordenaban el caos, dividían pulcramente las cosas en blancas y negras. Las palabras me ayudaban incluso a organizar a mis padres. Mi madre era la palabra impresa: tangible, presente, real; mientras que mi padre era la palabra hablada: invisible, efímera, convertida al instante en memoria. Había algo reconfortante en aquella simetría rígida.
|
"Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo" ¿El personaje de qué libro está hablando?