Terminada la historia del pobre monje Mizoguchi, obsesionado con el Pabellón de Oro, confieso que no he logrado averiguar definitivamente el por qué incendia el templo. Sí comprendo que el hecho de que sea tartamudo le haga cuestionarse temas como la propia imperfección frente a la belleza de un templo en su forma física y su existencia en el mundo material como una ofensa a todo lo que no logra ser perfecto, como el propio Mizoguchi, que el hecho de existir físicamente conlleva la posibilidad de que un día deje de hacerlo, y aún así sigo sin comprender qué es lo que lo lleva a destruirlo finalmente. Me ha gustado mucho la forma en que describe los distintos procesos por los que pasa su mente, pero en ocasiones es demasiado complejo, perdiéndome yo en sus laberintos mentales para finalmente no llegar a ninguna conclusión concreta y comprender esa deriva. No ha estado mal, podría haber estado mejor. Gracias, Mishima, al menos ha sido bonito. |