A mis 17 años, empezaba a salir de una depresión que no sabía cómo ni por qué había llegado. «Se trata de un desequilibrio químico en el cerebro —me había explicado el psiquiatra—. Hay personas a las que se les agotan las reservas de algún componente esencial, como el litio, y necesitan medicarse para que los niveles vuelvan a la normalidad. No es nada más que eso.» «Nada más que eso —me repetía cada mañana al tomar el antidepresivo y el ansiolítico que me causaba ataques de sueño—. Pero ¿por qué me ha tocado a mí?» «Estás luchando por tu nueva identidad —había afirmado un psicólogo que reforzaba mi terapiapia—. A los quince años entraste en la edad adulta sin haber abandonado del todo la infancia. Hay una parte de ti que se aferra a lo que fuiste, porque te da miedo la libertad que se abre ante ti. Por eso empezaron entonces los síntomas. En realidad son todo buenas noticias.» |