El Paraíso perdido

Hacía mucho tiempo que una obra no me pasaba tanto por encima como para acabar, en cada tramo, exhauto.

La prodigiosa inteligencia que imprime el autor en cada verso es agotadora.
Los descansos que mi cuerpo ha precisado han llegado con violencia.

Estoy en condición de asegurar que en el difícil, pero muy placentero trayecto he padecido los efectos propios de una gripe cíclica y de las gordas reproducidas en doce ocasiones (una por cada libro que componen el poema) y a cada cual más virulenta.

La sabiduría de Milton se encuentra a una altura inalcanzable por un mortal como yo. A su lado, no soy más que un mundano inculto analfabeto.
Las continuas referencias multidisciplinarias son inabarcables y tan solo remotamente alcanzables si pese a tus límites eres una persona curiosa y obcecada.

El paraíso perdido no es una obra puramente bíblica (pese a las profundas convicciones religiosas del autor) aunque se sirva de ella.
La intención del autor no es reproducir su versión del Génesis sino, apoyándose en él, hablarnos de la condición humana.

El primer canto nace de las entrañas de Satanás, angel enviado al infierno por una rebelión fallida por el control del reino de los cielos.
Con ella inicia su venganza contra Dios y que deviene en la consabida historia de Eva, Adán, la serpiente y el arbolito.

Pecar y redimirse.
Una esclavitud espiritual que somete al ser humano ante el inmenso catálogo de actos prohibidos y la tentación inherente de cometerlos.

Los doce cantos están compuestos por versos blancos, es decir, el verso impío de la poesía, al carecer de rima. No se me ocurre mejor recurso para abordar al mayor pecador del universo.
El ser humano.

Sorprende lo mucho que tardó la Santa Iglesia en convertir la obra de Milton en prohibida, casi 70 años, aunque en aquella época la difusión y por tanto su trascendencia iría a la misma velocidad.

Uno de esos libros donde el sufrimiento y el alto coste en tiempo de lectura (y búsquedas) se ve recompensado por el apabullante conocimiento del inglés y la descomunal obra que he tenido el placer de degustar.

Eso sí, o tu acervo cultural es nivel jupiteriano, o debes estar dispuesto a indagar en todo aquello que desconoces.
Y será bastante.