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Crítica de Beatriz_Villarino


Beatriz_Villarino
24 September 2018
Pues sí, de nuevo sé algo más gracias a los alumnos, a veces no sé qué haría sin ellos; esta vez, María decidió exponer en clase de Literatura Universal El paraíso perdido; había oído hablar de él y tenía ganas de leerlo, así pues, lo compró, lo leyó y su exposición me atrajo tanto que a mí también me entraron ganas de leerlo. Obviamente no lo había hecho. Gracias, María, primero porque me has dejado el libro, y sobre todo, porque he descubierto a otro de los grandes poetas del siglo XVII. Indiscutiblemente el adjetivo aurisecular no es gratuito.

Pues en 1667 John Milton, ciego, y perseguido por sus ideas liberales (era republicano, a favor de Cromwell) escribe un poema épico inigualable. En 10.565 versos expone la caída de Adán y Eva y su expulsión del Paraíso, explicada brevemente en el Génesis ¿Por qué, entonces, tan extenso? La respuesta está en los temas que aborda, en la defensa del poema, en sus aceptaciones y rechazos hacia la Iglesia, en la explicación del mal en el mundo, en las relaciones de pareja y, sobre todo, haciendo gala de su Humanismo, en la defensa de la dignidad del hombre.

Hay muchas originalidades en el poema. Formalmente, encontramos la primera: no existe rima; con ello Milton defiende también la libertad en la escritura, que además, tratándose de un poema tan extenso la rima constreñiría bastante la lectura, mientras que su ausencia dota a los versos de una musicalidad increíble. La traducción de Esteban Pujals es fabulosa, creo, pero sería una gozada saber inglés y poder leerlo en su lengua original. Asimismo el poema está distribuido en doce libros, como La Eneida, y al igual que Virgilio, comienza su historia in medias res.

El poema seduce por varias razones, pero el vocabulario es una de ellas, destaca el lenguaje culto, sublime «boscoso», «mayestática», «espesa salvajez», «umbría», «fingida faz», «fantasía mímica», «calvero», «prístinas», «solio», «calcañal», «aspilleras». Destacan afables metáforas que aportan mayor musicalidad si cabe «las suaves brisas, abanicando sus fragantes alas», «los riachuelos […] sobre perlas de oriente y áurea arena». Las sinestesias referidas al árbol de la vida son exquisitas «Fruto ambrosíaco de oro vegetal». Las comparaciones ayudan a entender algunos términos cultos «Como un lobo […] penetra en la majada». Las anáforas exigen la importancia divina: «Placentero Dios / Placentero jardín». Las enumeraciones repiten con insistencia el concepto que interesa «Resplandecía la gloriosa imagen de su creador, verdad, sabiduría. / Santidad, severa y pura, severa / pero asentada en la verdadera / libertad filial». Encabalgamientos que unen la mujer al hombre y ambos a Dios, planteando la duda entre existencia real o la idea «Él solo para Dios, ella para Dios / en él». Epítetos sugerentes, algunos recordatorios del epíteto épico «afelpada colina», «flamígeros dardos», «lúgubre silbido», «bélica labor», «satánica mesnada», «balsámicos trofeos».

Otra originalidad, y esta se une a la anterior en el aspecto formal es la cantidad de nombres diferentes que se asignan al diablo. Si Fray Luis de León conjuga elementos bíblicos, patrísticos y grecolatinos para ,a través de distintos nombres, establecer la figura de Dios en de los nombres de Cristo, John Milton hace lo propio con el diablo y lo llama «El Adversario», «Satán», «El enemigo sumo», «Belcebú», «Ángel apóstata», «Príncipe», «Jefe de entronizadas potestades», «sumo diablo», «el General», «Demonio», «Moloc», «Camos», «Abarim», «Horonaim», «Elealé», «Baalim», «Astarot (Astarté)», «Dagón», «Rimnón», «Osiris», «Isis», «Orus», «Belial», «Belus», «Serapis», «Azazel», «El Arcángel», «El porqué de la huida a Egipto», «Mammón», «La serpiente infernal», «Satanás», «Dragón», « Lucifer», «Asmodeo», «el pavoroso rey», «cuervo marino».

Todos estos nombres hacen del diablo un personaje complejo, como complicado es el poema, pues su abundancia de fuentes consigue que Satán sea «transformado en dragón, aún más enorme que Pitón» (y curiosamente esta serpiente era hija de Gea, nacida del barro que quedó después del gran diluvio. El monstruo vivía cerca del Parnaso y custodiaba el oráculo hasta que Apolo la mató (Apolo Pitio), fundando los juegos píticos para celebrar su victoria). El diablo se enamora de Eva al verla; su humanidad enternece pero aparecen los celos, y cuando se da cuenta de «tantos placeres que le están negados; / pronto recobra su aversión violenta».

Lucifer, llamado así porque «entre la corte / de los ángeles brilló un tiempo más que aquella / estrella en medio de las estrellas», tiene ansias de libertad, por lo que rechaza la monarquía absoluta de la creación «Este día (—dijo Dios) he engendrado al que declaro mi único Hijo, y en esta montaña / sagrada he ungido a quien ahora veis / a mi diestra […] Os lo nombre cabeza […] Quien no le / obedezca, me desobedece a mí». El diablo se siente degradado y no lo acepta por eso maquina derrotar al nuevo rey; tema éste, de los celos y ambición expuesto en el teatro de la época por Shakespeare en Otello; por supuesto los disidentes terminan mal, sin embargo el razonamiento de Satán se acerca al pensamiento actual «¿Es que pensáis / inclinar vuestra cerviz y doblar / vuestra dócil rodilla?» Abadiel intenta convercerlo de que no desobedezca al Creador, pero Lucifer, humanista, no recuerda haber sido creado por nadie sino que «hemos sido engendrados y creados / por nuestra propia esencia y en virtud / de nuestro poder vivificador»; por supuesto este pensamiento le costará sufrir toda la eternidad. El apasionamiento que atestigua lo perturba, así, en claro homenaje al Fausto de Marlow, alude a que no puede huir a ningún sitio, ni nunca estará en paz, pues «Dondequiera que huya es el Infierno; / pues yo soy el Infierno; y en lo más / profundo del abismo otro se abre / más hondo que amenaza devorarme, / comparado con el cual el Infierno / que padezco parece incluso un Cielo».

Esta personalidad atormentada contrasta con la fría divinidad que creó un universo «Malo por maldición, y solo bueno / para el mal; donde la vida muere, / la muerte vive, y la Naturaleza / perversa engendra seres…»

Dios aparece como un ser cruel, como todos los poderosos que temen ser derrotados, así sólo ayuda a quienes están a su lado «esta tolerancia y gracia mías / nunca disfrutarán los negligentes / y desdeñosos». Pero, por si acaso, crea a su sucesor, quien se ofrece a redimir al hombre siguiendo los pasos de su padre «De este modo / el amor celestial eclipsará / el odio al Infierno, al someterse / a la muerte».

Está claro que todo parte del génesis, y sin embargo, Milton, intelectual evidente, hace referencia constante a los clásicos, a la mitología, la poesía grecolatina y a la realidad, pues los lugares del Paraíso o del infierno que aparecen tienen su correspondencia en la actualidad.

Otra originalidad son las interpretaciones que podemos darle al poema, la religiosa es indiscutible puesto que la existencia del mal desde los comienzos de todo es patente, pero personalmente prefiero una interpretación política. Las ideas de Milton están distribuidas por su “Paraíso”, renegando de la monarquía y del absolutismo. Como quiera que el encargado de atacar a ese despotismo es el propio Lucifer, no cabe duda de la simpatía del autor hacia dicho personaje, superior moralmente a Dios, totalmente egoísta y petulante. Esta visión, aunque sigue hoy vigente se mostró bastante audaz en el siglo XVII.

Los temas que aparecen en el poema son universales, de ahí que hoy siga manteniendo su interés: el pecado, la culpa, el destino, la lucha entre el Bien y el Mal, el libre albedrío de que disponen los hombres y es la causa de la existencia del mal, el sufrimiento que Dios inflige a todos los que no lo siguen y que manifiesta el interés de Milton en abolir la jerarquía eclesiástica, la venganza llevada a cabo a través de otros cuando se está seguro de que no hay nada que hacer; es cierto que Satanás decide vengarse de Dios mediante aquéllos creados en constante felicidad (Adán y Eva), puesto que una vez que sube, con su ejército, al Cielo para dialogar o luchar, se ven reducidos a seres diminutos mientras que los querubines son transformados en seres enormes. Pero también lo es que Dios, el Tirano, reina por la negligencia de todos los diablos que combatieron y perdieron «Cuando el fogoso enemigo acosaba / nuestra desbaratada retaguardia / insultante, y nos perseguía / hacia el abismo».

Entre los diablos hay quien prefiere «vivir, incluso en este / vasto reducto, libres / […] / prefiriendo la dura libertad al suave yugo / o la pompa servil». Pero Belcebú no está dispuesto a renunciar a lo que fue suyo. Por eso Dios, tras dos días de contienda sin desenlace certero, envía a su Hijo para que ponga fin al tercer día, todo un simbolismo «El tercero es el tuyo; para ti / lo he destinado […] y acabes esta guerra […] Levantó a los derrotados / […] / los condujo ante sí anonadados […] de cabeza se despeñaron todos […] Durante nueve días estuvieron / cayendo […] El infierno, por fin abrió sus fauces / y a todos recibióles». Tampoco es Dios el que da la cara para expulsar después a Adán y Eva del Paraíso sino que se lo encarga a Miguel «arroja sin piedad del Paraíso / de Dios a la pareja pecadora».

La simbología del número es evidente en el poema, si doce son los libros, como en La Eneida, el 1 es la divinidad, y el 3 es el día liberador de esa divinidad que es 1 en realidad, el 9 son los planetas, los círculos que separan el Cielo del Paraíso y los días que tardan en caer los demonios al infierno, el 7 son los días que Satán está dando vueltas al Paraíso para ver cómo puede entrar para destruir al hombre «hijo del despecho» (fue creado una vez expulsados los ángeles del cielo) porque «despecho con despecho se paga», concepto que leeremos en la Biblia, por boca de Dios, bajo «La ley del Talión».

Lo interesante y emblemático a la vez es que, en Milton no hay castigos corporales para los residentes en el infierno; no se queman eternamente como leemos en la Biblia o son torturados constantemente con castigos diversos según el círculo en el que se encuentren de la Divina Comedia. El Infierno de El Paraíso perdido es un lugar donde reside el eterno descontento, la insatisfacción y desesperación. Esto es lo verdaderamente apasionante para el lector de hoy, pues los demonios son viajeros que van por el cosmos desde el cielo hasta el infierno pasando por el Paraíso.

En el Libro I, el poeta se dirige a la musa de la Astronomía para que cuente cómo surgió el Cielo y la Tierra. Luego insta a Dios a que le explique qué pasó para que el hombre fuera expulsado del Paraíso y Dios, sin paso previo aclara de quién fue la culpa «La serpiente infernal; ella fue quien / de envidia y de venganza corroída, engañó a la madre de los hombres».

En el Libro IV es interesante leer la descripción del Paraíso, como un locus amoenus, donde el poeta hace gala de polisíndeton que alargan la belleza de la naturaleza «cedros, pinos y abetos y copudas palmeras…» y la mezclan con paradojas extraídas de obras realizadas por el hombre «se ofrecía un boscoso anfiteatro». Un lugar cerrado, no sabemos muy bien si para proteger (¿de qué?) o para que su emperador tuviese todo bajo control «surgían los muros del Paraíso / de verdor llenos, que a nuestro primer padre / ofrecían una amplia perspectiva / de los alrededores de su imperio».

El demonio, lógicamente, tiene envidia de los deleites de Adán y Eva, aun así razona con bastante sensatez y se percata de lo absurdo de la prohibición de tocar «el fruto del árbol de la ciencia, / plantado junto al árbol de la vida. / Tan cerca está la muerte de la vida»; por eso se pregunta perplejo ante el sinónimo muerte-conocimiento: «¿Puede ser un delito el saber? / ¿Puede ser muerte?».

En el Libro V, Rafael, como Mercurio, con alas en los pies, baja al Paraíso para hablar con Adán, ante el peligro que acecha. Otra peculiaridad de Milton es que dota a los ángeles de propiedades materiales y espirituales pues «al gustar / digieren, asimilan y consienten lo corpóreo en incorpóreo». Y en el Libro VIII, a pesar de que la mística neoplatónica queda expuesta, «el alma con el alma», se da por hecho que hay un goce carnal.

Lo llamativo del Libro IX es que Eva se cansa de estar todo el día junto a Adán y le recomienda que trabajen por separado para verse al final de la jornada y «se interpongan miradas y sonrisas / o algo nuevo a conversar nos mueva». Aquí empieza la perdición, pues la serpiente aborda a la desvalida y sola Eva para que coma del árbol de la Ciencia, ella lo hace y, consciente de su inferioridad, duda en compartir el fruto con Adán para «añadir / lo que le falta al sexo femenino».

Pero se lo ofrece, él lo come y ambos culpan de su desgracia a Eva; de hecho en el Libro X ella es la que tiene la peor parte del castigo «Aumentaré con creces tus dolores / desde la concepción…». Ambos, además, van a morir; así pues el pecado se une a la muerte y construyen «una ancha vía, sin obstáculos / lisa y fácil, que llevaba al Infierno».

Eva, en un resto de lucidez, propone no tener descendencia para que no sufra nadie ni muera, pero Adán rechaza esta idea pues no quiere seguir enfadando a Dios. En el Libro XI, Eva acepta su condición y lo hace con orgullo pues «aunque fui la primera en traer la muerte al mundo / me honra en hacerme fuente de vida». En el Libro XII, Miguel relata a Adán cuál será el futuro de la humanidad; a Eva la dejan dormida (¡Qué pronto empieza la mujer a no contar para nada en los planes del hombre!), y Adán también queda agradecido al enterarse de que de su estirpe nacerá María y de su seno «El Hijo de Dios Todopoderoso». Así pues, Adán y Eva «cogidos de la mano y con paso / incierto y tardo, a través del Edén / emprenden su camino».

No cabe duda de que hay un mensaje, del siglo XVII, para la pareja, y es el triunfo del amor, capaz de superar cualquier dificultad, pero tampoco podemos obviar la condición que la mujer ostenta en todas las sociedades.

Adán es el primero en mostrar curiosidad: cómo caen los demonios, cómo se formó el universo, cómo se dividió el imperio, cómo funciona la astronomía, cómo fue creado él, por qué se le enseñó el árbol de la vida e inmediatamente se le prohibió, cómo ve pasar a todas las fieras y él está solo… Exige una compañera, cuya descripción, una vez creada alude a su sensualidad y a su sumisión. Y después de esto, ella es la culpable de todo, ella es el pecado con forma de mujer y la que quedará como curiosa eternamente; de su unión con Satán, nacerá la muerte. La mujer es inferior pues «La serpiente infernal engañó a la madre de los hombres», de hecho, su trabajo ha consistido siempre en servir; mientras Adán «estaba sentado a la puerta de su fresca enramada […] Eva, en el interior, / obligada por la hora, preparaba / un almuerzo». No es de extrañar, por lo tanto que la luz de las lunas que acompañan a los soles sean de dos tipos: masculina, si es directa o femenina (indirecta).

Antes hemos aludido a la perfección externa de la mujer, sin embargo «no está tan acabada en su interior / […] /De la naturaleza es inferior / en mente y en internas facultades».

Creo que es lo más triste del poema y, en general, de la humanidad, que la mujer haya sido considerada como un ser inferior, creado para estar a expensas de los caprichos del hombre. Lo malo es que han pasado muchos siglos y aún se sigue pensando esto en determinados ambientes.

De la total actualidad de este poema épico, queda constancia en el hecho de que el Premio Nacional de Cómic 2016 recayese precisamente en la adaptación que de esta obra realizó Pablo Auladell.

Lo mejor del poema es que es una metáfora; si antes decíamos que los demonios viajan por el cosmos del cielo al infierno, los hombres somos viajeros que vamos —Según Dante— desde el infierno al cielo pasando por el caos de la tierra, antes Paraíso; la distancia entre el Bien y el Mal es insondable pero inferior a lo que parece pues tanto el cielo como el infierno están en nosotros, y de nosotros dependerá en gran medida llevar «dentro de ti un Paraíso más feliz».

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