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Crítica de Beatriz_Villarino


Beatriz_Villarino
11 November 2019
Me gusta hablar con Amaya porque veo en sus razonamientos la sabiduría adquirida al estudiar otras culturas, la aceptación de todos los seres humanos como seres diferentes, la frialdad necesaria para tomar buenas decisiones y la ternura infinita con que las lleva a cabo.

Amaya me ha dejado este libro y, al terminarlo, me ha venido a la mente algo que leí y no llegué a entender hasta ahora: según el escritor y cineasta colombiano René Rebetez Cortez, «La ciencia ficción no es sólo un género literario, sino algo más: un estado de conciencia».

En Circe hay numerosos episodios que exponen el estado de conciencia social; sólo tenemos que asistir, horrorizados, a la tortura que los dioses le infligen a Prometeo. El espanto no viene tanto por el dolor sufrido, sino por cómo somos capaces de presenciar un suplicio constante, hasta el punto de sentirnos invulnerables al sufrimiento ajeno. Asimismo el encumbramiento de Glauco, un pescador convertido en dios, golpea la conciencia de todos los que pueden escalar socialmente y olvidan con rapidez sus raíces. O las mentiras, fruto de la desconfianza en nosotros mismos, que llegamos a utilizar para ascender en la sociedad. Los hermanos de Circe, Perses, Pasífae y Eetes, ocultan sus poderes a su propio padre, Helios, y a Zeus, por temor a ser castigados.

Prometeo, Glauco, Pasífae… todos forman parte de una mitología nacida hace miles de años, aunque reflejen la conciencia actual del ser humano; por eso son universales.

Madeline Miller, ha escrito una obra que encierra una serie de características distinguibles con facilidad: Con una narrativa sencilla aunque expectante, que nos recuerda en ocasiones a un cuento de aventuras por el héroe protagonista, la exaltación de la osadía o los cambios de suerte, la autora relata, entre otros, el viaje de Circe, convertida en Perses, por el estrecho de Mesina para llevar, con éxito, a Dédalo y su tripulación de vuelta a Creta «Los remeros se estremecían a causa del esfuerzo y del miedo, y los escálamos chirriaban a pesar de estar engrasados […] Ella golpeó la popa del barco. La cubierta reventó en astillas y un tramo de regala saltó por los aires […] pero lograron aguantar, y con cada momento que pasaba estábamos más lejos».

Está claro que la narración, presidida por seres fantásticos que conviven con humanos, se convierte en cuento maravilloso al exagerar las cualidades de algunos personajes, sobre todo los que rodean a nuestra protagonista para entorpecer constantemente sus actos, con prohibiciones o dificultades que extreman las características de un mundo sobrenatural: «Lo llamaban el monte Dicte. Ni siquiera los osos, los lobos o los leones se atrevían a transitar por él, solo las cabras sagradas, con sus enormes cuernos que se retorcían como caracolas.»

Pero aparecen monstruos que generan, como en un cuento de terror, acciones angustiantes en una atmósfera de inquietud que se traslada al lector aumentando su tensión, «Intenté retirar la mano, pero sus mandíbulas la tenían firmemente agarrada. Asustada, tiré. Los bordes de la herida se separaron y la cosa se deslizó hacia delante. Se agitaba como un pez en el anzuelo, y la porquería que soltaba llegó hasta nuestro rostro».

La novela recrea diferentes técnicas para completar la narración de un pasado, un presente y un futuro. Con las catáforas imprime expectación en el lector que, ávido de saber a quién se refiere la narradora o de qué aspecto trata, multiplica el interés por lo que está leyendo «Ella entró como una ola por mi puerta al siguiente anochecer; tenía los músculos de los hombros duros como piedras […] detrás de mí caminaba mi leona salvaje». Las prolepsis presentan una historia redonda del mito y satisfacen la curiosidad del lector que se entera de cómo termina, al tiempo que entiende cómo empezó todo gracias a las analepsis.

Con las digresiones sobre otros personajes o hechos secundarios, el entorno mitológico de Circe queda cubierto, pues consiguen que conozcamos a casi todos los que tuvieron contacto con ella, familiares, amigos o enemigos «Sabía que la amaba (a Penélope) desde el momento en que me había hablado de que tejía. Y, aun así, se había quedado, mes tras mes, y yo me había dejado engatusar […] todas aquellas noches en mi cama no habían sido más que sus mañas de viajero».

La narración está efectuada en primera persona por la propia Circe, de esa forma los sucesos adquieren verosimilitud ante el lector, sin que se dé cuenta de que, en ocasiones, la mitología está adaptada al nuevo contexto novelado. Es una metaliteratura, donde encontramos otra acomodación de la interpretación de los mitos.

Finalmente, al igual que en cualquier obra de ciencia ficción, el lector es capaz de adentrarse con Circe en realidades paralelas, como el océano más profundo o la burbuja que hace de la isla real Eea, donde se siente a salvo del peligro que supone su propia realidad. También Dédalo parte, en su caso, de la tecnología más rudimentaria para huir de su confinamiento. Consigue volar, ayudado por conocimientos científicos y plumas de animal, aunque su atrevimiento será castigado por los propios dioses. Esta nueva realidad, las profundidades del mar o el cielo surcado, no son sino deseos pasados de un hombre hechos posibles en un presente, desde la ciencia.

En la tortura eterna de Prometeo, en el cambio a humano de algunos inmortales o a dios de algunos hombres, observamos el interrogante que la autora imprime en los lectores sobre asuntos trascendentes para la humanidad, como el paso del tiempo, la vida o la muerte.

Esta incógnita está presidida por una atmósfera de ahogo, en el inexplicable temor que sentimos en el parto de Pasífae, quien da a luz al Minotauro, o en la muerte de Ulises causada por su propio hijo para conseguir que se cumplan las leyes del destino. Sólo la propia naturaleza será la encargada de actuar como salvaguarda a los asaltos sufridos por los demonios que nos atacan; por eso Circe necesitará el contacto con las flores, con la vegetación, para ser consciente de su poder, «Aprendí que el mejor momento para cosechar mis plantas era bajo la luna […] ese fue el instante en que me sentí bruja por primera vez».

Pues llegados a este punto, yo me pregunto, fruto de mi ignorancia, ¿no será la mitología, al menos, la antecesora de la ciencia ficción? Puede ser, o no, da igual. Lo importante es que Miller se adentra en el mito de Circe para modelarlo en su espacio ficticio y conseguir que la venganza de esta diosa sea el resultado del sufrimiento al ver constantemente destrozados sus sentimientos. Circe es un personaje atractivo, que ayuda sin temor a las consecuencias, que apuesta por la libertad, aunque ésta conlleve la soledad, antes que seguir soportando humillaciones; que se va formando como ser humano con tareas propias de hombre, como la lucha, y de mujer, como la maternidad; que es inconformista e incansable en su preparación. Nunca abandona; trabaja, estudia, experimenta, se equivoca una y otra vez hasta alcanzar la perfección, que irónicamente encuentra en la imperfección del ser humano.

Madeleine Miller expone las relaciones familiares, las intrigas de los poderosos, y la fuerza ingobernable femenina en un mundo de hombres, en dos historias diferentes aunque paralelas en el recorrido; con un ritmo narrativo ágil, entretenido, divertido a veces, duro otras.

No quiero desvelar el argumento literal de Circe, merece la pena disfrutar de él en todo momento, pero la historia recreada, de esta maga inmortal, es una clara metáfora de la historia de la mujer; la propiedad de un padre o de un marido, capaz de razonar aunque haciendo prevalecer los sentimientos en una aceptación incuestionable de la supremacía masculina, que ha pasado por constantes humillaciones para conseguir migajas de lo que ella creía amor, hasta llegar a autodespreciarse, «la pena que hace a las de nuestra clase preferir ser una piedra o un árbol en lugar de ser carne».

Sólo cuando la mujer es consciente de que no es tratada como ser humano, puede adoptar una postura calculadora que le permita ser libre para tomar las decisiones que quiera; puede prepararse para luchar y defenderse de quienes intentan atentar contra ella, física o mentalmente, y puede decidir a quién y cuándo amará, sin importar las consecuencias, sin temer al dolor o a la muerte; puede ser implacable con quienes pretenden victimizarla y desplegar toda la ternura y sacrificio necesarios para conseguir que alguien a quien quiere sea feliz. Porque quiere. Y es libre. «El dolor eterno a cambio de unos cuantos años más para tu hijo mortal […] —Estoy lista– dije».

¡Brindemos por esta mujer!

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