Los que murieron te saludan

No es nada fácil comentaros sobre “Los que murieron te saludan” porque este libro fue evolucionando según lo iba leyendo. Sin darme cuenta emprendí un viaje no sólo a través de la trama sino también a través del género. Simbólico repleto de significados ocultos, es un libro para ser absorbido y regurgitado cuyos detalles leídos volvieron a mí y regresaran a ti amigo lector, en momentos extraños, inesperados con un nuevo significado.

Antes de conocer a nuestro protagonista principal Jonas Byrne que trabaja de escritor negro para otro de renombre. Antes de saber que su misión es llegar hasta las montañas de Piura ( Lima) para documentarse sobre una casa encantada. Sí, antes de eso vais a leer un principio de terror excepcional, de esos capaces de quedarse en la memoria lectora durante lo que quede de vida. Nunca me cansaré de recordar que una de las leyes del mundo sobrenatural es esa, dar auténtico miedo, y ese comienzo es sobresaliente. Un horror que te deja clavado y es que para atraparte nunca fue cuestión de páginas, es de calidad. Aquí en este comienzo, tan pocas palabras cuánto terror dejó narrado. Es verdad que ese tremendo principio da pie a esperar mucho más, no es que baje luego el nivel, simplemente señalo que todo lo escrito de terror debería hacer sentir esa sensación de destrozarte los nervios. Luego una vez calmado vas profundizando en una historia de buen pulso narrativo disfrutando con los juegos de palabras.

La casa Roja, la vivienda encantada, un camino oscuro, llegó de noche. Su entrada no está donde debería, se construyó en otro lado para despistar al demonio. Una habitación clausurada, apariciones, sueños, un tapiz… a nuestro autor no le tiembla el pulso buscando el escalofrío de aquellos lectores que se adentran entre sus páginas. ¿Y si el misterio no estuviera sólo en esa habitación? Hernán Migoya nos empapa con detalles gráficos de los peores delirios, no contento con la ambientación lúgubre que envuelve la leyenda de la casa Roja, también acabará introduciéndonos en un enigmático orfanato. Todo ello acompañado en una trama texturizada usando cuando se necesita un lenguaje local peruano que convence haciendo una lectura muy amena. Giros inesperados, momentos de salvajismo, otros casi místicos, espirituales, aunque siempre guardando un respeto hacia esa tierra y sus habitantes.

Una prosa que te va hipnotizando juntando terror de aparecidos, aventuras de luchas con enemigos, cambiando a mitad libro hacia una fantasía inesperada. Pero no os relajéis por ese cambio de géneros, imágenes crueles estarán esperando, aquí no hay mentiras encantadoras, leeremos escenas duras, amargas, a veces grotescas, esa especie de luz potente que expone las líneas de fractura entre la realidad y las pesadillas. Sentaros cómodos para leer este libro, se escribió para ser leído con tranquilidad, despacio, enseña y esconde demasiados detalles que necesitan su tiempo de asimilación. El ritmo de la historia es firme como el pueblo andino. Sus movimientos constantes y sólidos permiten al lector sumergirse en la mentalidad de estas personas en lugar de simplemente rozar la superficie con una literatura superficial.

Migoya sabe meterse en un entorno insano utilizando su propia escritura personal que podrá ser mejor o menos intensa en varios capítulos, pero sin ninguna duda propaga con ella su huella. Cuidadoso en la ambientación elaborando hermosas descripciones de paisajes y cultura andina, no por ello dejando de lado lo que sienten sus personajes. Un final imprevisible, inesperado.

Las tres ilustraciones de su interior respetan lo que vas leyendo, me gustó mucho la de la cascada. Cerrando el libro encontraréis información agregada muy interesante.

Un regreso a una realidad histórica antes de su anexión con el Imperio Inca. Recordándonos que cuando los dioses son crueles y egoístas, se convierten en espejos de su pueblo.


Misterioso, enigmático, diferente, lo he disfrutado.