Cara de pan

A veces la vida se nos hace bola, puede ser cuando nos ha ocurrido una desgracia, pero también porque no sabemos gestionar ciertas pequeñas situaciones y al final, algo que, en principio, a ojos ajenos, es una minucia, para ti se convierte en coronar el Everest.

Algo así le ocurre a Casi, protagonista de ‘Cara de Pan', que ha dejado de ir al instituto y se refugia cada día en un parque donde espera la hora de volver a casa. Allí conocerá a un anciano, que también acude allí a diario, pero por otros motivos.

Sara Mesa narra con enorme sensibilidad una historia pequeña, de esas que suceden en las orillas de los grandes caminos. Tiene casi estructura de cuento o fábula, de esas que nos contaban de pequeños, de los que dos personajes que nada tienen que ver se encuentran, aprenden el uno del otro y que puedes sacar una moraleja. Eso si, poco de infantil y fantasioso tiene ‘Cara de pan', que alude fuerte y directamente a nuestra realidad y sensibilidad. Y es que… todos hemos sido Casi, esa preadolescente sufriente, y (si vivimos lo suficiente) todos seremos el Viejo, restos vivientes de una sociedad que desaparece, con muchos recuerdos, experiencias y achaques.

Reflexiona sobre los prejuicios, la amistad y la soledad, la enfermedad y la familia, removiéndote por dentro. También sobre qué nos lleva a alejarnos de los nuestros cuando nos avergonzamos de uno mismo o de lo pequeños e incompletos que nos sentimos cuando no ‘damos la talla' en la tan asentada concepción de normalidad.

¿Es la novela de mi vida? No. Pero hay que aplaudir lo mucho que hace Sara Mesa con muy poco, apenas dos personajes y un escenario. Y, sobre todo, como magistralmente deja en la ambigüedad ciertos detalles para que cada lector los complete. No me refiero a un final abierto, sino a ciertos aspectos de la trama que pueden entenderse de diferentes formas, incomodando (y mucho) o enterneciendo al lector.

Igual que no conseguí conectar con ‘Un amor', debo decir que con ‘Cara de pan' la autora me ha conquistado