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Abres la puerta. Hay un pasillo oscuro, sin ningún punto que aporte el más mínimo rayo de luz. Se intuye largo como un túnel. Entras. Algo te agarra y no te suelta, desde la primera frase: es un torrente de palabras, de frases largas, de párrafos de decenas de páginas. Y te dejas llevar porque no puedes ni quieres parar, hasta llegar al final y encontrar la salida, si es que la hay. Te vas a tropezar al inicio del pasillo con el cadáver de una mujer a la que llaman 'La Bruja'. Aunque te asuste su cuerpo podrido, estás atado a ese texto que parece interminable y te vas a ir chocando con los personajes responsables de su muerte y los del entorno más próximo a estos. Y es ahí cuando de verdad empiezas a hundirte en un cieno apestoso de drogas, prostitución, sexo, homofobia, violencia, religión, ignorancia...y otras cosas que es mejor no nombrar. No. Nos las nombres. ¡Calla!¡No las nombres! Los pies se hunden cada vez más, aunque el caminar nunca deja de ser ágil. Notas la suciedad que lo inunda todo. Entiendes que Fernanda Melchor ha construido ese corredor de forma descarnada, sin límites, de una forma tan directa que hiere. Esas frases, que te tienen agarrado del estómago, se tornan ramas que tratan de enredarse en todo tu ser para que cada núcleo de cada célula sea consciente de lo que estás viviendo. Y la oscuridad no cesa. No. Ni siquiera cuando llegas al final, porque la atmósfera y las vidas que están aquí son tan turbias que no van a dejar que se cuele ni las más nimia claridad. Salgo de ese camino opaco, duro y desagradable, y por fin es asumido lo que ya casi era una certeza durante el recorrido: es el camino más salvaje que he transitado nunca. Una brutalidad tan atrayente como sucia: inundada de una cochambre que ningún huracán puede soplar ni lavar. Impresionante. Enlace: https://www.instagram.com/p/.. |
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