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Crítica de LAKY


LAKY
04 October 2020
Tikka Molloy, la narradora de esta novela, vuelve a su país Australia, a su ciudad y a casa de sus padres tras varios años viviendo en Baltimore. Su hermana está enferma y Tikka decide pasar unos días con ella y sus padres. La vuelta al hogar le trae inevitables recuerdos de su vida allí y, sobre todo, de lo que pasó en el verano del año 1992. Aquel año Hannah, Cordelia y Ruth van Apfel desaparecieron. Casi treinta años después, sólo se conoce el destino de una de ellas.

En al año 1992 Tikka tenía once años y las hermanas van Apfel eran sus mejores amigas, así como las de su hermana Laura. Vivían cerca, estudiaban en el mismo colegio y solían pasar muchas tardes juntas. Hannah y Laura –las mayores- eran íntimas. Tikka estaba más cerca en cuanto edad de la más pequeña de las hermanas, Ruth, aunque sentía fascinación por la mediana, Cordelia. La noche en la que se desarrollaba un concurso de talentos en el colegio, las tres hermanas desaparecieron. Las búsquedas que se organizaron fueron (casi) infructuosas: sólo una apareció.

Tikka es la narradora –en primera persona- de la historia. Y lo hace en dos tiempos: desde el presente y desde el pasado. Cuenta lo que está ocurriendo en esos momentos y lo hace como una mujer adulta; y cuenta lo que vivió a sus once años y lo cuenta con una voz de niña. Es una narradora pero como si fueran dos, una adulta y otra infantil. La autora se adapta perfectamente a ambos registros, haciendo que ambas voces sean creíbles. Especialmente me ha gustado su voz infantil: inteligente, perspicaz pero inocente. Lo ve todo con ojos de niñas y hay cosas que se le escapan y que no logra entender del todo, dejando al lector la duda de si, tras las puertas cerradas de las casas, hay más de lo que las vallas abiertas dejan ver.

A pesar del título, “Las chicas van Apfel han desaparecido” no es una novela de misterio, ni un thriller. Sí que hay misterio, evidentemente: la duda sobre lo que les pudo pasar a las tres hermanas sobrevuela toda la historia y suscita la curiosidad del lector. Pero, debemos dejar un poco de lado esa curiosidad innata porque el desvelar el misterio no es lo más importante en esta novela. Más que negra, es una novela de crecimiento personal y también de carácter costumbrista. Es casi más importante la forma de vida de esa comunidad, las relaciones entre los vecinos, las relaciones en la familia y entre amigos que el misterio en sí.

La novela nos muestra una población no demasiado grande en la que casi todos se conocen. Y, dentro de ella, una urbanización cuyas casas se construyeron a la vez y de la misma manera: sin vallas. Eso da una sensación de puertas abiertas, de no tener nada que esconder que, quizás sí, o quizás no, se corresponde con la realidad. Porque detrás de las puertas de las casas, ¿quién sabe lo que verdaderamente ocurre? Cada familia tiene una forma de ser y una forma de comportarse entre ellos. Hay padres más o menos rigurosos, más o menos cariñosos; familias sumamente religiosas y familias sin principios morales… Tikka rememorará escenas de lo que ocurrió aquel año y nos mostrará cómo era la familia van Apfel, al menos lo que pudo conocer de ella. También nos hablará de la actitud que tuvieron ella y su hermana cuando las hermanas desapareciero. Porque quizás sabían más de lo que dijeron…

La caracterización de los personajes es uno de los puntos fuertes de esta novela. Las cinco protagonistas infantiles están dibujadas con mimo, siendo fácilmente distinguibles unas de otras. Hannah y Laura, que van de mayores (pobres, no tenían por aquel entonces más de catorce años). Ruth, la más pequeña y metomentodo. Cordelia, la diferente, la de más carácter, la que a todos fascinaba. Y la propia narradora, una niña y una mujer lúcida, sensible e inteligente pero con muchas dudas sobre lo que pasó. También los personajes secundarios, dentro de su papel, están bien caracterizados: los padres de las niñas y algún profesor.

Otro de sus puntos fuertes son los escenarios. Es fácil trasladarse a esa pequeña población australiana, a su colegio, a la urbanización de casas individuales y jardines sin vallas, a los alrededores… Sin dar excesivos datos que lastren la narración, la autora dibuja los lugares perfectamente haciendo que “veamos” todas las escenas que describe. Ayuda a contextualizar la historia, las continuas referencias que la autora hace a un caso real que conmocionó a la sociedad australiana de la época: el caso Chamberlain. Una bebé desapareció y su madre, Linda Chamberlain, fue acusada y condenada, haciéndole responsable de su muerte. Luego se descubrió que no fue así, que era completamente inocente y se había cometido un fallo judicial. A Tikka todo ese asunto le conmueve profundamente y marca su infancia.

En cuanto al estilo, la autora hace gala de una prosa precisa y evocadora, tierna y melancólica, llena de insinuaciones y cosas a medio decir. Hay muchas ocasiones en las que deja al lector con la sensación de que no cuenta todo lo que sabe y que ahí hay mucho por descubrir. Esto, qué duda cabe, contribuye al misterio que, insisto, no es lo más importante de la novela (en mi opinión) pero sí un plus importante.

Conclusión final

“Las chicas van Apfel han desaparecido” nos habla de cómo ciertos sucesos pueden marcar la vida de alguien. Nos habla de la familia, de religión, del sentimiento de culpa. Todo ello envuelto en una desaparición que completa la historia con una cierta intriga y que desvela tanto como oculta.
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