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Los atacantes de Dresde eran jóvenes a los que se había conferido un poder extraordinario, aunque a ellos no se lo pareciese. En aquella misión, las condiciones atmosféricas ventajosas y la ausencia de una buena defensa significaban que su blanco estaba totalmente expuesto: podían incinerarlo y demolerlo a voluntad (...) Por una vez, las tripulaciones de los bombarderos de la RAF quizá tuvieran el poder casi indiscutible de los dioses nórdicos, pero siguieron las instrucciones sin emoción. En términos operativos, los que se hallaban a la vanguardia de la tormenta veían de un modo sumamente abstracto lo que estaba por hacer.
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