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Crítica de Inquilinas_Netherfield


Inquilinas_Netherfield
28 November 2017
Normalmente un libro con la trama que plantea Un susurro en la oscuridad necesita de muchas páginas para llegar a buen término. Páginas y más páginas para desarrollar los personajes, crear ambientación, evolucionar en la trama, profundizar en el aspecto psicológico de la historia... y todo ello mientras se avanza hacia un final que debe ser consecuente, a poder ser sorprendente, o cuanto menos acorde a lo que se ha narrado hasta llegar ahí. Lo dicho, muchas páginas.

Pues Louisa May Alcott lo consiguió en unas setenta. Ni más ni menos. Solo necesita esas setenta páginas para armar una historia que comienza en un tono, termina en otro completamente distinto, donde traza un perfil preciso de los personajes que pululan por ella, hace evolucionar la ambientación en un desasosiego que va in crescendo, se saca de la manga una sorpresa final perfectamente plausible dentro de la narración, y encima lo hace con una calidad literaria de mucha altura. Los grandes escritores hacen cosas así.


Y es que a mí me gusta mucho Louisa May Alcott. Sé que no es del gusto de mucha gente, que muchos lectores no soportan Mujercitas (ni sus derivados posteriores), y que esa visión sobre su propia infancia y juventud les resulta edulcorada. No es mi caso; es una lectura que me ha acompañado desde la infancia, y que cuando pude leerla completa, sin censuras, muchos años después, disfruté igual o más. Y es que Alcott era una buena escritora, y con una bibliografía mucho más amplia, diversa y arriesgada de lo que mucha gente conoce de ella. Y dentro de esa extensa obra desconocida están las nouvelles y cuentos que escribió bajo el seudónimo de A.M. Barnard. de tintes góticos en algunas ocasiones, o encuadrados en la "sensation novel" que causaba furor en la época, estaban dirigidas a un público más adulto y se apartaban diametralmente de esa literatura juvenil y llena de buenas intenciones que son su seña de identidad. Un susurro en la oscuridad pertenece a esta serie de nouvelles; fue publicada en un periódico en 1863 con ese seudónimo, aunque poco antes de su muerte consintió en publicarla con su auténtico nombre.

Tengo que avisar que esta nouvelle es tan cortita que hacer una reseña exhaustiva sobre ella es destripar media trama, y eso es lo peor que le puede pasar a esta historia, el estar sobre aviso con respecto a lo que va a ocurrir. de hecho, para mi gusto la sinopsis que ofrece el libro dice mucho más de lo que debería y desvela algo que debería ser una sorpresa, así que la he mutilado sin piedad arriba y no he puesto absolutamente nada concreto que desvele demasiado.

Hermida Editores vuelve a acertar de pleno con la recuperación en castellano de una nouvelle desconocida de un autor renombrado. La ilustración de la cubierta, del pintor francés Toulmouche, además de preciosa refleja a la perfección la personalidad de nuestra protagonista durante la primera mitad de la historia. Esa vanidad, carente de malicia pero que ni controla ni quiere apaciguar, sella su destino, y está presente durante buena parte de la narración; ese querer prevalecer por encima de los demás, ese orgullo excesivo, ese querer ser el centro de atención y tener a los dos protagonistas masculinos de la historia danzando a su alrededor. Sybil es caprichosa, consentida y orgullosa, pero con un fuerte carácter y un temperamento que sobresalen por encima de esos defectos. No se deja amilanar, no se deja amedrentar e intenta imponerse en un mundo en el que las mujeres debían atenerse a lo que se esperaba de ellas, que no era mucho. Los dos caballeros, padre e hijo, conforman el triángulo alrededor del que gira la trama. Sybil está predestinada a casarse con el hijo, Guy (algo que conocemos desde la primera página, con lo que no estoy desvelando nada), pero tiene muy claro que las cosas deben hacerse según sus propios términos, impliquen lo que impliquen y con las consecuencias que sean necesarias. Lo que no sabe, lo que no anticipa, es que ella misma puede ser la destinataria de esas consecuencias. Y lo que comienza como una historia algo típica del siglo XIX sobre una jovencita que llega a un nuevo hogar con un matrimonio concertado a la vista, un futuro marido muy apuesto y su misterioso padre, adquiere tintes mucho más oscuros que giran hacia aquello por lo que esta nouvelle es denominada como gótica. Y poco más me atrevo a decir. A esta lectura hay que llegar sin ideas preconcebidas o que nos anticipen lo que va a ocurrir, porque pierde toda la gracia.

Sí que quiero comentar una cosilla sobre la traducción. No suelo comentar nada sobre erratas y demás porque, sinceramente, todos los libros las tienen y salvo que sea algo flagrante pues no tiene mayor importancia. Pero en esta edición sí que he visto que se utiliza varias veces la palabra "amante", y que se adjudica en varias ocasiones a Sybil. Intuyo que la palabra original es "lover", y esa palabra en el siglo XIX no tenía las connotaciones que tiene hoy en día. Un "lover" para una jovencita de buena familia del siglo XIX era un pretendiente o un enamorado, como mucho un joven con el que se flirtea (por atenernos al lenguaje de la época)... jamás un amante, y menos en este contexto. Lo dicho, no afecta a la narración (aunque chirría mucho), pero creo que es un error de interpretación de la época sobre la que se está traduciendo que con cuidado se podría haber evitado. Por otro lado, el posfacio del traductor con el que se cierra la novela es muy ilustrativo y ofrece mucha información sobre Louisa May Alcott y su "otra personalidad" como autora de historias adultas, oscuras, góticas o pasionales.


Por ir terminando... con Louisa May Alcott hay que librarse de prejuicios, hacerlos a un lado y adentrarse por otros senderos de su bibliografía muy alejados de las hermanas March y sus canciones navideñas alrededor de un piano. Porque esos caminos sorprenderán a muchos cuando se vean transportados a historias de una tremenda calidad literaria, absorbentes, desasosegantes, espeluznantes y oscuras, que una vez que se empiezan a leer nos obligan a no levantar la vista hasta que las terminamos. Que los árboles no nos impidan ver el bosque, porque Louisa May Alcott, independientemente de los derroteros hacia los que condujo de manera predominante su carrera literaria, tenía muchos recovecos, como tantos y tantos escritores. Y esos recovecos bien se merecen una lectura, porque te puedes encontrar historias que rozan la perfección. Como esta.
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