Lo que yo llamo olvido

¿Qué pasaría si cualquier gesto insignificante pudiera suponer para nosotros una condena a muerte? ¿Qué pasaría si nunca supiésemos cuál es ese gesto, dónde estará escondido el verdugo, si tardaremos demasiado en morir? ¿Viviríamos la vida de otra forma? ¿Nos volveríamos temerosos de todo o, por el contrario, dejaríamos de temer a la horrible verdad que nos acecha? ¿Cambiaría algo? ¿Cambiaríamos nosotros?
Alguien contestará con un "eso no lo sabe nadie". Yo diría que todos deberíamos saberlo. Porque cualquier gesto insignificante puede acabar con nuestra vida en un instante, en cualquier momento. Cruzar un semáforo en rojo, enchufar un secador de pelo con los pies descalzos y el suelo mojado, beberse una cerveza en un supermercado y que los empleados de seguridad te golpeen hasta morir. ¿Por qué? Eso sí que no lo sabe nadie. No hay explicación para tanta rabia, tanto dolor; para que cuatro hombres, una mañana cualquiera, decidan que una vida vale tan poco como una lata de cerveza.

Este libro tiene cincuenta y tres páginas y una sola frase que se prolonga a lo largo de la historia sobre la muerte de un hombre. Un hombre que no tiene rostro ni identidad, que deambula por las calles y solo pide los restos de un amor cualquiera. Un ser humano que, al comenzar el día, no sabe que va a morir entre puñetazos y patadas. Alguien que, en sus últimos momentos, quizá pensó que la vida, con todos sus sinsabores, era un lugar mucho mejor que la oscuridad hacia donde lo empujaban.