Los mandamases no quieren subalternos inteligentes, porque a los hombres inteligentes se les ocurren ideas, y las ideas traen problemas, sino que quieren individuos con encanto y tacto, de esos que nunca meten la pata.
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Los mandamases no quieren subalternos inteligentes, porque a los hombres inteligentes se les ocurren ideas, y las ideas traen problemas, sino que quieren individuos con encanto y tacto, de esos que nunca meten la pata.
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Nunca había albergado semejante alegría en su corazón, y se le antojó que su cuerpo era un mero envoltorio que yacía a sus pies, y que ella era puro espíritu. Ante ella se encontraba la Belleza. La aceptó del mismo modo que el creyente acepta en la boca la oblea que es Dios.
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—Quiero que sea niña porque quiero educarla de manera que no cometa los mismos errores que yo. Cuando pienso en la niña que fui me aborrezco, pero nunca tuve opción. Voy a criar a mi hija para que sea libre y sepa valerse por sí misma. No voy a traer una criatura al mundo y a quererla y educarla sólo para que un hombre sienta tales deseos de acostarse con ella que esté dispuesto a ofrecerle cama y comida durante el resto de su vida.
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Una nubecilla de humo que se esfumaba en el aire, eso era la vida del hombre.
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Ya sabes, mi querida hija, que uno no puede encontrar la paz en el trabajo o en el placer, en el mundo o en un convento, sino solo en el alma.
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Me desprecio a mí mismo por haberme permitido amarte.
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- Cuando me casé contigo, sabía que eras egoísta y malcriada pero te amaba. - Me casé contigo aunque no te quería, pero tú lo sabías. ¿No tienes tú tanta culpa como yo? |
Supongo que tienes razón: fuimos tontos al buscar, en el otro, cualidades que jamás había tenido.
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A veces, el viaje más largo es la distancia entre dos personas.
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...al despuntar el día, Kitty vio, o más bien adivinó, una escena de hermosura tan arrebatadora que por un breve rato la angustia de su corazón remitió y toda tribulación humana se redujo a la insignificancia. El sol salió, disipando la niebla, y Kitty divisó el camino, que discurría sinuoso hasta donde alcanzaba la vista, entre arrozales, por encima de un riachuelo, a través del paisaje ondulado; el camino que debían seguir. Los errores, las locuras, los reveses que había sufrido, quizá nada de eso había sucedido en vano si ella era capaz de seguir el camino que ahora atisbaba ante sí, no el sendero del que le había hablado el bromista de Waddington, que no llevaba a ninguna parte, sino el camino por el que las queridas monjas del convento avanzaban humildemente, el camino que conducía a la paz.
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¿Cuál de los siguientes libros fue escrito por Gustave Flaubert?