Las mentiras de la isla Mariposa

En la imaginación de Joaquin, Elena se aferraba a la carta durante un larguísimo rato y la contemplaba. Y cuando se la guardaba en el bolsillo, latía como un corazón, lanzaba buenos augurios como un talismán, la protegía como una promesa. Y deseaba que, a continuación, su hermana se tomara un momento para echar un vistazo a las calles de la isla Mariposa y analizar todo lo que la rodeaba, contemplar todas las posibilidades que tenía por delante, tanto allí como en otros sitios, antes de abrir la puerta de la casa de su infancia y entrar.

Para vivir la propia vida, ¿es suficiente con seguir los sueños de otra persona, aunque los sueños pertenezcan a alguien tan especial como Amy? No lo sé.

A medida que avanzaba cada verano, a medida que transcurría cada año, a medida que cada noche en casa nos sofocaba de tensión y de temor por lo que vendría, descubrí cada vez más pruebas de la cruda verdad.
Y decidí mirarlas con fijeza como si estuviera contemplando el sol, hasta que el dolor me obligó a cerrar los ojos y desviar la vista, pero solamente durante un breve instante.

En algún lugar del mundo se encontraba su vida real, la que debería estar viviendo, pero las olas se la habían llevado demasiado lejos, y entonces Carrie entendió que se estaba ahogando.

La lección de que un bebé no arreglaría un matrimonio con problemas de la noche a la mañana es una lección que suele aprenderse demasiado tarde, y en ese sentido, Frank y Carrie Finney fueron un caso típico.

Supongo que tiene razón. No tiene importancia. Así que no sé por qué me pregunto por él, ese hombre responsable de mi existencia física. Ese hombre que nos dejó antes de que Elena aprendiera a caminar o antes de que yo supiera formular oraciones completas.

¡Tú crees que Mami me dejaría hacer lo que quisiera si le plantara cara, pero no te veo aquí, atrapado en casa, fregando zócalos, porque ella opina que limpiar es cosa de chicas! Mientras tanto, tú estás con tu novia, teniendo sexo.

Puede que la escuela sea una prisión para Amy, pero estoy bastante segura de que puede ir y venir de su casa cuando le da la gana, así que no tiene ni idea de lo que dice.

A la luz de los faroles del boulevard Esperanza, la isla se parece a París, con sus calles llenas de magia y romance. O tal vez sea J. C. quien me hace sentir así.

En la calle, los chicos pueden rasparse las rodillas o romper una bicicleta o recibir insultos de vecinos o comerciantes irritados. Pero, a las chicas, les pueden pasar cosas mucho peores. En particular, si hay chicos por ahí.