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Crítica de Beatriz_Villarino


Beatriz_Villarino
04 February 2021
La última novela que he leído me ha provocado sentimientos encontrados. Pensaba que giraba en torno a la Guerra Civil española y, no es que me entusiasme leer sobre la guerra, soy bastante pacífica y nada violenta pero la autora, murciana, me llamó la atención. Leí una entrevista que le hizo mi amigo El Yunque de Hefesto (blog que recomiendo encarecidamente) y me picó la curiosidad. La autora decía que exponía razones de los dos bandos de nuestra guerra civil. El Yunque me regaló el libro. Nunca te agradeceré bastante tu amistad, David. Así que empecé a leerlo con ilusión, pero ya digo, empecé a ponerme nerviosa porque es verdad que la historia se desarrolla con el trasfondo de la Guerra Civil, desde 1931 hasta 1941, pero en el tema no aparece ninguna ideología política, ni de republicanos de derechas ni de izquierdas, ni la de los golpistas franquistas.
La estructura es muy interesante. Recuerda a la de Crónica de una muerte anunciada, entre periodística y policíaca. También en El aval, un personaje, hermano de Jesús, que en este caso no quiere escribir sobre el hecho sucedido años atrás sino enterarse de lo que ocurrió en realidad, pregunta a todos los vecinos del pueblo su versión de los hechos, necesita saber la verdad de por qué encarcelaron a Jesús. Rafael ha decidido abandonar España y necesita saber cómo es su hermano en realidad antes de emigrar a Argentina en 1941.
Rafael no es un periodista, tampoco es un policía con necesidad de reabrir un caso cerrado, pero se va a encontrar con que diez años después nadie dice recordar bien lo que pasó y nadie defiende al héroe que él pensaba que era su hermano. Los finales de capítulo van dejando un poso de inquietud en el lector «Y ese día empezó a fraguarse todo». Los lectores nos enteraremos de lo ocurrido realmente al final de la novela, aunque haya pistas diseminadas que nos van alertando.
Aunque la trama se va contando a través de las entrevistas de Rafael y de otras conversaciones que mantienen entre sí los personajes, a veces aparece un narrador extradiegético que, en tercera persona, omnisciente, pretende describir de manera objetiva lo que ocurre. Pero normalmente los que no ostentan el poder quedan animalizados. Catalina, la mujer de Jesús, que ha abandonado a su familia influyente para escaparse con un donnadie, tiene el porte majestuoso y las facultades necesarias para apresar lo que quiere «Catalina echó una mirada de águila a la iglesia…», mientras que el cura, nervioso, aplaca su conciencia en la protección segura de su entorno, «El cura removió su cuerpo de boxeador bajo la sotana almidonada, que crujió como un rumor de hojas secas en el silencio refrescante del templo».
La Iglesia cobra un importante papel en la novela, dividida simbólicamente en siete partes, El aval se nos presenta como un Nuevo Testamento: La Anunciación del requerimiento del aval para liberar a Jesús. La Pasión que hubo de sufrir Jesús al no poder comer con el sudor de su frente. El Calvario de todos aquellos que se desviaron de lo establecido. La Muerte. La Resurrección de la verdad. La Confesión de Rafael (nuestro ángel anunciador) y La Penitencia que sufrirán los descarriados. Pero en realidad el verdadero eje argumental no es la guerra. El tema es la venganza de un marido. Y es una pena porque Carmen Martínez Pineda escribe bien, las metáforas poéticas abundan, tanto que a veces nos viene a la memoria Miguel Hernández «cebollas y patatas come mi hijo que está por nacer», García Lorca «el dobladillo del vestido negro que llevaba impuesto en memoria de tantos lutos acumulados» o Antonio Machado «La tarde crepuscular […] y una bocanada ardiente surcó los ventanales». Otras veces el protagonista alude directa o indirectamente a los autores e intenta situar su preferencia ideológica a través de ellos «Las Rimas de Bécquer —me aclaró él—. Demasiado flojo para mi gusto. Y siguió rebuscando entre los libros hasta que encontró uno cuyo título lo sedujo: Veinte poemas de amor y una canción desesperada».
En El aval predominan las descripciones naturalistas, perfectas para albergar en la suciedad, toda la basura de gente sin ideales, gente que se guía por el instinto a causa de una pobreza tan absoluta que embrutece «cuadrucha fétida […] olía a cieno blando de acequia […] a sudor de hombres sin aseo […] las casas de pobres no tienen letrina donde defecar. Figúrese usted, papa, ni un agujero en el suelo para hacer de vientre».
La realidad de los trabajadores se reproduce con absoluta objetividad aunque solo en los aspectos vulgares: alcoholismo, prostitución, violencia y pobreza. El mundo en el que se desenvuelven Jesús, Joaquín, Rafael, Angelín, Rosalinda, Raúl o Florita rechaza la evasión. Los personajes no tienen libertad bien por ser mujeres o por miedo a disgustar a los que pertenecen al otro bando, los que saben guardar las formas, los intachables, los acostumbrados a poseer y mandar. No hay tregua para los que viven «al otro lado» y no hay perdón para quienes intentan comprenderlos. Es lo que le ocurre a Catalina, está con el hombre equivocado, con el de ideas infames al que todos le cierran las puertas. Catalina decide quedarse con Jesús, aunque también lo haya hecho obligada, e inmediatamente es apartada por su propio padre del confort al que estaba acostumbrada. Catalina se busca ella sola el aislamiento, la muerte social, porque no se considera digna de tener una buena vida. La culpa la persigue. Tampoco hay perdón par Raúl, que prefiere ser él mismo aunque sea considerado por todos un maricón y su padre lo prefiera muerto «un alarde innecesario, un querer y no poder, ganas de poner en evidencia a los señores del pueblo». No hay salida para los que no tienen una posición social y no mantienen el orden que rige la moral del poderoso. Son seres anulados por fuerzas deterministas. Aquellos que pretenden escapar de la incultura o la barbarie son castigados con la expulsión. No hay cabida en esa sociedad para los diferentes, «¿tú crees que yo me gasto un riñón en tus estudios para que andes perdiendo el tiempo con esa chusma?».
Es verdad que el lugar y la época eran propicios para crear un discurso de graves implicaciones sociales. Carmen Martínez pretende ser objetiva en un hecho en el que es difícil no tomar partido. Y esa es la impresión que he tenido al terminar el libro. El protagonista, Jesús, no es un verdadero republicano, se deja llevar por los celos personales y carga contra su ofensor, no contra el régimen fascista. Los amigos de Jesús no se consideran verdaderos amigos «Con nosotros no cederá, Rafael. Para él somos escoria». No hay concepto de amistad porque el protagonista no es noble, en ningún momento se rige por ideales sino por egoísmo o por aparentar ante los demás. Jesús no quiere a su mujer; nadie envía unas cartas tan duras a la persona querida, pues se intenta evitar el sufrimiento «Nos trasladaron en un tren […] como ganado muerto». Jesús quiere satisfacer sus deseos, aplacar el complejo de inferioridad de la única forma que sabe, por las bravas. Catalina tampoco quiere a su marido, se entrega a él, se deja violar para evitar que sepan todos que el cacique la había repudiado. El cura no perdona que le quemaran la iglesia y no perdona al que no cumple los deberes religiosos. Las mujeres callan por temor o mienten por envidia… Los caciques pisotean por miedo a quedarse sin lo que han tenido siempre. Los propios amigos de Jesús, republicanos, son capaces de acusar al que los ayudó a salir de su analfabetismo con mentiras y basándose en una excusa que era propia (y lo sigue siendo) de la extrema derecha «Por eso se esconde —dijo Ortuño—. Por cobarde, falangista y maricón». No hay amigos en El aval. Y no hay ideas políticas «La tierra que es de todos y esa jerigonza […] aquí en voz baja se lo digo, yo creo que para escandalizar», los personajes no las tienen por eso la muerte de Ordóñez no se siente como un acto de justicia poética ante quienes impusieron el miedo o instaron a la delación. Ernesto Ordóñez muere como un mártir «Pero no lloró, ni gimió, ni pidió clemencia. Aceptó su destino con una serenidad que le honra, todavía en la muerte le honra». Nadie del bando republicano queda tranquilo con sus actos, nadie sale honroso de la trama.
Jesús, el cabecilla republicano de El aval, maltrata a su mujer y se va de putas o milicianas (así, puestas en paralelo). El protagonista no recupera el honor, ni siquiera se le concede el honor de morir por una causa que creía justa. Es condenado a vivir con su odio, su rencor y su culpa. No recupera el honor porque nunca lo tuvo. En este sentido encuentro que a la novela le falta algo, todo queda difuminado por el paso del tiempo; el olvido o el miedo impiden que la memoria aflore; la historia se limita a lo políticamente correcto, por lo que la objetividad queda en entredicho, incluso los ganadores de la guerra son los buenos capaces de mentir para salvar al malvado Jesús. Y, ante un registro culto-literario como el de Carmen Martínez en el que abundan las metáforas, los símiles, las zoomorfizaciones, incluso la musicalidad en las palabras, dispuestas a veces para ser oídas, se espera menos determinismo, un final más glorioso; al menos que los ideales brillen en la literatura.

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