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Apuro a Martín Gaite la madrugada previa a la fecha de devolución del ejemplar a la biblioteca municipal. La lectura nocturna, ese placer casi clandestino, acompañada del silencio que nunca se encuentra en los días de idas y venidas, entradas y salidas, repartidores que llegan, paseos con el perro y vecinos que cantan boleros. Así es sencillo trasladarse a cualquier lugar. Y a cualquier momento. Aunque ese instante sea la posguerra española. Esos años cuarenta, en los que un país hambreado y miserable intenta recomponerse de un conflicto que lo ha partido en dos. Y la brecha no ha sido solo en la literatura, en el arte, en la cultura. Sobre todo se nos rompió la libertad. La comunicación. Perdimos la conciencia de lo que era el amor. Y de lo que no. Usos amorosos de la posguerra española (Anagrama, 1987), es un viaje alucinante a la vida de las privilegiadas niñas criadas con Mariquita Pérez, a las que se adoctrinaba para ser sombra de maridos omnipotentes, abnegadas madres que, si ejercían alguna profesión, lo hacían disculpándose debido a su condición de mujeres. Cuidado con quedarse "para vestir santos", sentirse económicamente autosuficiente y con no "hacerse respetar" por el novio hasta haberlo pescado y haber pasado por el altar. Ahí, tal vez, muchas se empezaran a preguntar quién había cazado a quién. Pero Pilar Primo de Rivera y sus colaboradoras, que se habían encargado de preparar a estas chiquillas para bordar mientras esperaban la boda, las habían acostumbrado así a ejercer de eterna Penélope. Por tanto, bordarían durante las ausencias del marido, la espera de los hijos, los conflictos con la suegra o cuando conocieran la existencia de "la otra". La que no es la oficial, así que no cuenta, ya que únicamente se lleva el amor de un hombre que ya tiene dueña. Porque, aunque nunca hayan sido sinceros, ni hayan estado enamorados, ella fue lo bastante hábil como para jugar a darle celos, sin permitir que otro se acercara en exceso, y no esperó de él otra cosa que un hombre fuerte, que le llevara las maletas en ese viaje que es la vida. Supo jugar bien sus cartas, o eso cree, al menos, de eso presume orgullosa, mientras deja pasar las tardes contemplando cómo llueve fuera, esperando que crezcan sus hijos para supervisar a sus futuras esposas, niñas bien, de las que sirven para casarse, no para divertirse. Llega una al final preguntándose cuántas mujeres vivirán hoy en día en esa posguerra emocional. Porque, que lo hacen, es una certeza de la que todos tenemos constancia. ¿Tanto importa ser la señora de Tal? Quizá sí. Aunque me temo que las mujeres que apuramos ensayos de madrugada siempre hemos tenido otras inclinaciones. Tal vez por eso nos fascinen estas historias de (des)amor que se ambicionan, y se celebran, en pleno siglo XXI. Entonces llega Martín Gaite a contarnos que, hasta en los cuarenta, hubo una heroína que aguantó a la joya de su novio hasta que, una vez él dijo el síquiero, a ella le faltó tiempo para soltarle a él, y a toda la concurrencia, que no, que nunca. Ni en sus peores pesadillas. Y reconquistó su amor. Su libertad. Enlace: https://www.instagram.com/mi.. + Leer más |
Una mujer y tres adolescentes mueren en un accidente de tráfico en Madrid tras chocar de frente con otro vehículo. La mayor de las fallecidas, de 26 años, había ido a recoger de madrugada a su hermana y sus amigas, de 16, 15 y 13 años, en las fiestas de Collado Villalba. Colisionaron contra el coche de una guardia civil, que está herida.
Polina (así se llamaba una de las fallecidas) nacida en Bulgaria hace 26 años, era muy conocida en Moralzarzal. Ella era una de las dueñas del Arya, un bar situado en los bajos de la plaza de toros al que acudían muchos de los amigos que este domingo están deshechos. Después de trabajar, cerrar el bar y limpiar, Polina se acercó el sábado por la noche a Collado Villalba a buscar a su hermana de 16 años, alumna del Instituto Carmen Martín Gaite. Habían terminado los conciertos en la plaza y dos amigas de la adolescente, Erika y Lila, alumnas del colegio Leonardo Da Vinci, estaban con ella. Su tío explicó que el plan inicial era que volvieran al pueblo en autobús, “pero aprovechando el coche [de Polina y su hermana] decidieron venirse juntas”.
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