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Crítica de Homolectus


Homolectus
06 March 2020
De este libro tengo dos reseñas: una que hice cuando apenas comenzaba este oficio de reseñar lo leído y leí por primera vez el libro, la cual voy a dejar en la parte inferior de esta entrada y denominaré R1, y esta segunda llamada R2 luego de releer el libro, con apuntes a mano y señalando varios puntos que me han gustado bastante. Así que sin más rodeos, acá va la reseña.

R2
El mueble central de mi biblioteca está adornado con dos frases en griego: Διπλοῦν ὁρῶσιν οἱ μαθόντες γράμματα (Los que saben leer y escribir ven el doble) y Μανθάνων μη κάμνε (No te canses de aprender), así tal cual, en forma de custodios de lo que está más abajo, como guardias, como vigilantes; pero también como recuerdo, como mantra de lo que es una biblioteca. Cuando escogí las frases, lo hice con plena conciencia del asunto y basado en lo que me dejó este libro la primera vez que lo leí. Pues hoy, tantos años después, estoy más que convencido de que los griegos nos hablan todavía y nosotros tenemos mucho por aprender de ellos.

La lengua de los dioses no es una gramática del griego, ni un estudio a profundidad sobre la morfología de la lengua o algo del tipo. Es, sobre todo, un relato literario sobre algunas particularidades del griego. Es una invitación a intentar pensar en griego.

Andrea, que junto a Paolo Giordano hacen parte de las nuevas voces de la literatura italiana, desborda en cada página su conocimiento sobre los griegos, su cultura, su idioma y su historia. Lo hace de una forma maravillosa que mezcla cada tanto datos sobre la lengua, la historia y anécdotas personales con detalles de un humor bastante fino en el momento justo —cuando el discurso empieza a tornarse bastante alto y lejos del lector promedio—.

Como ya lo señalé, este libro no es una gramática; pero sí habla de la lengua griega, entonces ¿Cómo lo hace sin entrar a explicar cada categoría gramatical del griego? Pues Andrea ha logrado escribir este relato no convencional sobre el griego en forma de los buenos vinos: para tomarlo en pequeños tragos mientras se disfruta cada una de las ideas que expone. Creo que esta es justamente, una de las principales virtudes del libro, pues logra hacer muy ameno el viaje por la historia de una lengua tan maravillosa como lo es el griego, pero para la mayoría de los contemporáneos muda.

Andrea reconoce en varios apartados que el libro es, ante todo una reconciliación con su yo pasado, su yo de 15 o 16 años que en medio del Liceo clásico debía padecer la enseñanza de una lengua destinada solo a admirarse por su peso histórico y como parte del legado de la civilización actual, motivos que fuera de acercar a la gente, tienden a alejarla de ese pasado que se supone se debe perpetuar, una idea que solo contribuye a que el griego continúe como una lengua muda ante los humanos contemporáneos.

Todos los datos que el libro contiene sobre la gramática del griego —que por todo lo demás me parece espléndida y es una muestra de la manera en la que ellos concebían el mundo que los rodeaba— vienen acompañados por la historia de la lengua y del pueblo griego con el transcurso del tiempo; un complemento genial para ir entendiendo qué sucedía dentro de la lengua conforme los mismos griegos cambiaban como pueblo.

Hay dos asuntos que me llamaron profundamente la atención y que quiero dejar de manera explicita acá: A) los acentos y espíritus que hoy vemos en los textos en griego clásico no vienen de la época de Platón ni nada, son ayudas que los alejandrinos pusieron en sus transcripciones de los textos clásicos en un intento de que el griego no se perdiera con el paso del tiempo. La cuestión es que ellos sí sabían como sonaba el griego y entendían que significaba cada símbolo en cada posición, nosotros no; lo cual es una pena pues solo podemos imaginar como sonaban las palabras y tener un acercamiento muy tenue sobre el asunto. Una pena por completo. B) evolutivamente, el griego es una lengua bastante atípica, pues ha evolucionado con el pasar del tiempo dentro de ella misma sin convertirse en otra lengua —como sí le pasó al latín al convertirse en español, portugués, francés, italiano, etc.— una particularidad que me resulta increíble y que denota una fuerza enorme de los griegos como pueblo a la hora de conservar su identidad por encima de cualquier otra cosa, todo esto cimentado en su lengua, en su lengua genial, como atina a llamar Andrea al griego en el título original del libro.

La traducción en cuestión a veces peca de ser demasiado ibérica, sobre todo en los ejemplos coloquiales que los traductores presentan, en estos momentos he entendido mejor los ejemplos italianos que los “propios”. No me quiero imaginar el esfuerzo o el mutismo completo que pueda causar esto en un lector promedio de este lado del mar, pues los modismos, en definitiva, distan mucho de estar al alcance de cualquier hablante del español. Ahora me queda la tarea de leer el libro por tercera vez, esta vez en el italiano original.

Me gustaría que alguien que no tenga conocimiento ni del griego —lengua sobre la que versa el libro— ni sobre el italiano —de donde vienen muchos de los ejemplos y situaciones que plasma la autora— opinara sobre el libro, a ver si quizás, encuentra los mismos puntos interesantes que yo encontré. Porque he disfrutado mucho intentando balbucear alguna que otra palabra en griego de las muchas que están en el libro —hasta ahí llegan mis conocimientos sobre el asunto— y porque me encantaron cada uno de los ejemplos que recurrían al italiano.

A manera de colofón quiero dejar en el aire dos ideas: ¿Qué pasaría si, de la nada, de nosotros como hablantes del español solo quedara la lengua escrita, absolutamente nada más? ¿Sería alguien capaz de descifrar lo que decíamos? Por último: la enseñanza del griego clásico es una respuesta a la idea de qué de esta forma se conserva parte del patrimonio, costumbres e ideas que han moldeado la sociedad occidental actual. Nosotros: latinos por la conquista y americanos por derecho deberíamos de hacer lo mismo, no solo con el griego, sino también con al menos con alguna de las lenguas que se hablaban acá en el Tawantinsuyo antes de la llegada de Colón. Creo que esto nos daría una compresión enorme sobre el mundo y nuestro lugar en él.

Anécdota personal
Tuve la fortuna de conocer a Andrea en el 2018 acá en Medellín, Colombia durante la presentación del libro: una mujer bella, encantadora, que habla ese italiano del centro del país, ese toscano neutro que marca cada palabra con un ritmo que encanta. Cada vez que hablaba exhalaba ese sentimiento griego en sus palabras, ejemplos y experiencias. Este libro lo sentí como si de nuevo la tuviera frente a mí y tuviéramos una conversación larga y tendida sobre su amor por la lengua griega. Recuerdo que esa vez tuve la valentía de hacerle una pregunta al final de su intervención —antecedida de mis disculpas por si decía alguna barbaridad en italiano— sobre nuestro amor por una lengua diferente a la que nos han dado nuestros padres. Su respuesta fue: amamos una lengua, porque en ella encontramos una parte de nosotros mismos.

P.S.: La próxima vez que alguien me pregunte sobre si la edición en griego que tengo de The hobbit es en griego clásico o en griego moderno, solo responderé que es griego, a secas; porque el griego solo es uno y ha estado entre nosotros durante mucho más tiempo que cualquier otra lengua hablada en la actualidad.

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R1
Es un libro que muestra todo el amor que se puede tener por una lengua.
Creo que sólo los que amamos tanto una lengua extranjera como la propia somos capaces de sentir lo que la bellísima Andrea plasma y cuenta sobre el griego antiguo.
Un viaje lleno de nostalgia, de cosas lindas y que sirve para encontrar al griego, una lengua que creemos ajena y ya perdida, en todo lado, en las situaciones más coloquiales y llenas de magia.
Sin lugar a duda volveré a sus páginas.
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