Bagheria

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Comienzo a leer y me da un vuelco al corazón, siento un escalofrío que me atraviesa de pies a cabeza. He perdido la cuenta de las veces que he cerrado el libro para cerciorarme de que realmente estoy leyendo a Maraini. Las coincidencias del comienzo de su obra con la actualidad palestina me dejan de piedra. En un principio no doy crédito pero pronto me cercioro, una vez más, de que así es la triste realidad. La historia es cíclica, todo se repite una y otra vez. El ser humano no aprende de los errores, no avanza, no mejora. Olvida y vuelve una y otra vez a lo mismo. Triste y muy frustrante pero real.

«¿Cómo olvidar el resplandor siniestro de aquellas explosiones? La noche iluminada por globos de luz cegadora que descendían lentamente, lentamente, como si no supieran en realidad si ir hacia arriba o hacia abajo. Pero los aviones sabían bien qué hacer con aquella luz suspendida que les servía para los reconocimientos nocturnos y los bombardeos a las horas en que todos dormían.
El silbido de las bombas desgarraba el aire. Y después, un eco sordo lejano. Había aprendido a distinguir las bombas peligrosas de las mas inocuas.»

Dacia se sienta frente a la página en blanco y se pone a rememorar su infancia. Una infancia difícil, de las que te marcan de por vida. El dolor que siente al recordar todo se palpa en cada una de sus palabras. Su exilio en Japón y todo lo que ello conllevó. Hambre, penurias e incluso llegó a vivir en un campo de concentración. Su regreso a Sicilia, el comenzar de cero sin nada. Su familia, su origen, sus raíces. La figura de la mujer y las diferencias, abuso y violencia que sufre. Las mujeres de su vida, las que más le influyeron. La figura de su padre y la relación tan compleja que mantuvo con él.

Las descripciones de Dacia me han transportado a cada uno de los momentos que narra. Me ha hecho sentir el frío, el hambre y el miedo como si yo misma lo estuviera experimentando. Esa es la magia de esta autora. La magia que me encuentro en cada obra suya que leo.
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