A los hombres se les ha de mimar o aplastar, pues se vengan de las ofensas ligeras ya que de las graves no pueden: la afrenta que se le hace a un hombre debe ser, por tanto, tal que no haya ocasión de temer su venganza.
|
A los hombres se les ha de mimar o aplastar, pues se vengan de las ofensas ligeras ya que de las graves no pueden: la afrenta que se le hace a un hombre debe ser, por tanto, tal que no haya ocasión de temer su venganza.
|
Los hombres tienen menos escrúpulos a la hora de faltar a uno que se haga amar que a uno que se haga temer: porque el amor se basa en un vínculo de reciprocidad que por la naturaleza malvada de los hombres, siempre que hay un interés particular, se rompe; en cambio el temor de basa en el miedo al castigo, que no te abandona nunca.
|
el derrochar lo ajeno, antes concede que quita reputación; sólo el gastar lo de uno perjudica.
|
Los hombres olvidan con mayor rapidez la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio
|
Ha de notarse, pues, que a los hombres hay que conquistarlos o eliminarlos, porque si se vengan de las ofensas leves, de las graves no pueden; asi que la ofensa que se haga al hombre debe ser tal, que le resulte imposible vengarse.
|
Los hombres simulan lo que no son y desimulan lo que son.
|
Que el que ayuda a otro a hacerse poderoso causa su propia ruina.
|
Los hombres siguen casi siempre el camino abierto por otros y se empeñan en imitar las acciones de los demás.
|
Obligado el príncipe a saber emplear los procedimientos de los animales, debe preferir los que son propios del león y del zorro, porque el primero no sabe defenderse de las trampas, y el segundo no puede defenderse de los lobos. Se necesita, pues, ser zorro para conocer las trampas, y el león para asustar a los lobos. Los que sólo imitan al león, no comprenden bien sus intereses.
|
A los hombres se les debe ganar, o imposibilitarles de causar daño, porque de las pequeñas ofensas se vengan, pero no de las grandes; por ello el agravio que se les haga debe ser de los que no permitan tomen venganza.
|
Son considerados los padres de la filosofía occidental: