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Crítica de Beatriz_Villarino


Beatriz_Villarino
18 February 2022
Solo en Aosta, y en otros sitios de montaña, puede llover a cántaros en primavera, nevar en primavera y hacer el mismo frío que en invierno. Por eso Rocco Schiavone lleva nueve pares de Clark echados a perder, ya que ha decidido que por simples nevadas no va a cambiar de marca de zapatos, con los que ha caminado toda su vida por Roma. Algo tiene que ver el clima de los Alpes italianos para que el caso que lleva entre manos demore su resolución. Un número de teléfono equivocado es el culpable, y la carretera en mal estado también «La furgoneta pilló un bache y ambos pegaron un bote. —¡Que voy a vomitar –exclamó el hombre del acento extranjero, mientras se llevaba el móvil a la oreja». En un bote del vehículo es fácil marcar un número por otro. En una carretera sin visibilidad, con curvas y mojada por una lluvia torrencial, es fácil derrapar. Y morir si vas en el coche.

Con esta intriga empieza Una primavera de perros: la muerte accidental de dos delincuentes que van en un coche, con la matrícula robada, se enlaza a la voz de Chiara. La chica, en la escasa lucidez que se le permite, nos introduce en su propio misterio desde donde intenta dominar su incomprensible circunstancia «Todavía me escuece. Tengo que dormirme. Si me duermo se irá el dolor y la peste, y podré respirar».

El lector intuye que ambas situaciones están relacionadas pero la policía no sabe nada. La matrícula robada es lo que alerta a Rocco para investigar el accidente, que lo lleva a la desaparición de la hija de un rico constructor. Esto anima a prever un final feliz y a seguir leyendo. Si no avanza la investigación por ahí, Chiara puede morir sola, abandonada. Las dudas vuelven a la patrulla, y a los lectores, cuando aparece asesinado el principal sospechoso; el tiempo sigue corriendo y Chiara continúa en peligro. Cada vez más. Las esperanzas casi se esfuman para el lector quien, además, es consciente de otro caso en el que la vida privada de Rocco está implicada. Y él tampoco lo sabe. Imaginamos que Antonio Manzini tiene la venganza preparada para la siguiente entrega. Por ahora, un nuevo personaje se une a Rocco Schiavone, Loba, un cachorrito que encuentran a punto de morir.

El ambiente que se respira en Una primavera de perros se caracteriza por el contraste. Por un lado nos encontramos a la familia Berguet, dueña de Construcciones Edil. ber, perteneciente a la clase alta y, sin embargo, envuelta en los bajos fondos con asuntos sórdidos que no casan del todo con el refinamiento al que los afectados están acostumbrados. Por eso es un caso idóneo para el subjefe Schiavone, totalmente desencantado con el mundo en general, cínico con quienes lo rodean, al filo de la ley cuando se trata de aprovecharse del dinero de ladrones, para que lo disfruten otros necesitados o él mismo, e implacable cuando considera que los transgresores han sobrepasado la raya de «tocadas de cojones». Sin embargo, toda la ira, el resentimiento y el dolor que lleva dentro se dulcifica al llegar a casa y hablar con Marina, su mujer, a la que mataron cinco años atrás. Marina le sirve para reflexionar consigo mismo y dejar ver a los lectores cómo es en realidad, alguien atormentado por el dolor de la soledad, tolerante con quienes sufren por causas ajenas, intransigente con los corruptos, observador minucioso con todos y conocedor de la psicología humana: «Tenía una dentadura perfecta, idéntica a la de su hijo. Se recreó un poco en la carcajada, como para exhibir la perfección […] La de veces que habría ensayado esa pose ante el espejo».

Antonio Manzini intenta quitar algo de gravedad al argumento con descripciones detalladas que recuerdan, en parte, a la novela costumbrista, sobre todo en la utilización de cierto tono burlesco con el que ironiza sobre el funcionamiento de la policía, del tráfico, de las rutinas sociales, de la impunidad de los bancos…

No había paso de cebra […] Los indígenas de la capital, Rocco entre ellos, están acostumbrados a cruzar hasta una carretera de siete carriles en curva con un tráfico endemoniado. Hay que reconocer, sin embargo, que gran parte del gasto municipal en sanidad se reserva a las personas atropelladas por bólidos enloquecidos.

Sin embargo la visión pesimista que subyace en el carácter impaciente, irrespetuoso del protagonista, acerca el estilo de la novela al del thriller norteamericano, donde el insulto al más necio o al que se las quiere dar de perspicaz es visto con total normalidad, incluso es necesario para establecer cierta complicidad con el lector «—Escucha, soplapollas, una cosa te voy a decir […] te la voy a decir. Estoy intentando salvarle la vida a una de tus alumnas […] ¿Te queda claro ahora, o tengo que recurrir a la mano dura?»

Son situaciones extremas en las que casi todo está permitido para este subjefe de la policía, desde la amenaza al que no colabora hasta acciones fuera de la ley para quienes la hacen cumplir «Y yo tendría que pinchar los teléfonos sin denuncia de por medio». En un país en el que la mafia campa a sus anchas hay que intentar que no se salga con la suya, al menos, alguna vez. Y para eso Rocco no tiene ningún problema, excepto al poner al tanto de sus acciones a sus jefes, por si acaso, «Rocco se lo contó todo sin saltarse un solo detalle… aparte del trato con el juez Baldi, el trato con el notario Charbonnier, el trato con la familia Berguet y el falso registro de la tienda Chiquiviesos».

Con esta actitud y esta forma de pensar no es raro que Schiavone sea el causante de deseos de venganza entre los que están al otro lado, algo que causará más de un tormento a él y a sus allegados.

Leer a Antonio Manzini es entrar de lleno en la buena literatura; a los crímenes y sucesos escabrosos les añade el humor, sarcasmo e ironía para pasar un buen rato y la descripción de una realidad en la que los horrores son cada vez mayores y la sociedad está cada vez más distorsionada.

Con un lenguaje actual influido por el del cine atrapa de inmediato al lector, pues ofrece una técnica casi televisiva con la que el protagonista continúa sus andanzas en nuevas entregas, con la que aparecen y desaparecen personajes, con la que enferman y envejecen, con la que se equivocan y vuelven atrás, como en la vida. No hay personajes perfectos ni a un lado ni al otro. Todos tienen sus defectos y todos pueden caer en cualquier momento. No hay moralidades de las que alardear, pero Rocco engancha precisamente por eso, porque es completamente humano.

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