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ISBN : 9681106075
172 páginas
Editorial: Plaza&Janés (01/05/2003)

Calificación promedio : 3.5/5 (sobre 1 calificaciones)
Resumen:
Áspera y poderosa, sublime y desasosegante, La vida a tientas, primera novela del escritor chihuahuense Raúl Manríquez, narra los constantes engaños a que están expuestos los indios tarahumaras. Lejos del dilema entre aferrarse a sus tradiciones y adaptarse a la vida mexicana, está su degradación espiritual y su postración inevitable; su ingreso al narcotráfico representa acaso la única alternativa posible de dignidad social y humana. Pero la propuesta estética de M... >Voir plus
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Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
joseluispoetry
 29 November 2019
"LA VIDA A TIENTAS"
"La vida a tientas" de Raúl Manríquez, es una novela existencialista. En ella, el protagonista, un profesor de historia llamado José Moreno, arrastrado por las circunstancias, se ve de pronto inmiscuido en un extraño proyecto que dirige Ignacio Caamal, un indígena maya, en el que las etnias son contempladas como una fuerte posibilidad de formar una coalición que, eventualmente, amenazan con recuperar, mediante un movimiento armado, el poder político y prehispánico de nuestro país. Dicho "proyecto" no está exento de un matiz sacerdotal. Matiz ceremonial que, aunque de manera muy tenue, se emparenta con la novela del inglés D. H. Lawrence, titulada "La serpiente emplumada". En ambas novelas confluye ese deseo de que los indígenas recuperen en su totalidad o en parte, respectivamente, lo mucho que han perdido en manos de los blancos y de los mestizos. Y aunque "La vida a tientas" no ahonde ni conlleve una propuesta histórica sobre la teoría del regreso de Quetzalcóatl, si guarda esos mismos matices, tales como la preocupación por el entorno ecológico, la vuelta a las tradiciones y costumbres de los pueblos antiguos, por ejemplo, que la acercan a esta obra del escritor inglés.
La trama de “La vida a tientas” transcurre, en su mayoría, en algunos puntos geográficos clave, como la vieja misión de Sisoguichi, el ejido Largo del municipio de Madera, el rancho "Los moscos" y en una especie de pueblo ficticio llamado Maulas que pudiera ser, asimismo, representativo de todos los pueblos de la sierra tarahumara. Salvo las incursiones del simpatiquísimo “Luis el diablo” a la frontera norte y la del protagonista a Europa, precisamente es en ese ambiente idílico del bosque, en el que la memoria, el sueño y la realidad de José Moreno habrán de fundar y fundir los hilos discursivos de la historia.
Los motivos e imágenes recurrentes en esta primera novela de Raúl Manríquez -aparte de los ya mencionados- son los claros símbolos de la inmaterialidad, de la intangibilidad. Ya sean éstos de índole arquitectónica o dramática, y funcionan perfectamente como una alegoría de la fragmentación: unas vías que ya nunca habrán de sentir el peso del paso de algún tren que ha sido ya descontinuado y que puede verse como un emblema de una ruptura con el mundo antiguo; la planta que se deja de regar en el sueño del protagonista como indicativo de que nuestras raíces históricas y culturales se han ido marchitando; la fragilidad de los líderes del "proyecto" como un claro ejemplo de la desaparición de los modelos que toda sociedad debería conservar para mantenerse viva y sana; el bosque devastado por la voracidad comercial como una muestra de la brutal violación de los valores morales y espirituales en los que hasta hace poco, se fincaban las generaciones que nos han precedido; la fatalidad y el suicidio, entre muchos otros elementos que no son otra cosa que señales alarmantes de una sociedad que se desmorona.
Una cosa que pone en riesgo la verosimilitud de la trama de la novela es la fuga del padre Estévez. Recluido en una cabaña en el fondo de la sierra chihuahuense, decide escapar. Y para ello, elimina a sus dos custodios con la misma frialdad con la que actuaría un asesino profesional. al primero lo aniquila atravesándole un tenedor en la garganta. Y en vez de despojarlo de su arma, prefiere acabar con el segundo sujeto dándole un fuerte golpe con un leño en la nuca mientras éste se encuentra en cuclillas, cumpliendo una labor biológica.
También es de pensarse el suicidio del melancólico Ignacio Caamal, ideado, premeditado con un pensamiento pragmático, matemático, aunque con demasiadas probabilidades en la vida real de resultar fallido, suicidio mismo que cumple con los requisitos del procedimiento llamado Deus ex machina, es decir, el autor se vale de un elemento externo que resuelve la situación vital del protagonista, un suicidio elaborado como una ocurrencia, una decisión que se encuentra claramente fuera de la lógica que impera en la narración.
En “La vida a tientas” se da lo que yo llamo desarraigo que pertenece a “la teoría de la fragmentación” y los diversos modos de abordarla la proporcionan algunos de los libros publicados por los narradores chihuahuenses. Por poner ejemplos, lo que es inmoralidad y utopía como tema en la trama novelística de Alfredo Espinosa, es inmaterialidad o disolución en la prosa de Willivaldo Delgadillo, y es desarraigo en "La vida a tientas", de Raúl Manríquez.
Aparte del lenguaje, de la concisión y de las ricas imágenes que se encuentran en "La vida a tientas", otra característica fundamental que hace apasionante la lectura de esta novela es su fuerte inclinación hacia uno de los modos de imitación poética o mímesis según el concepto aristotélico, que es el narrativo o de resumen, auxiliado fuertemente por la descripción. Hay, por supuesto personajes, como Luis el diablo, o Narcedalia, por mencionar algunos.
Particularmente, en el décimo capítulo, página cincuenta, encontramos una escena psicoanalítica impresionante. La muerte del abuelo del protagonista. En el velorio, llevado a cabo en el centro de la habitación más grande de la casa, donde hay dolientes, llanto aislado y café. El ataúd parece aprisionar al anciano, quien muestra de manera grotesca los dientes y la lengua porque la quijada se le ha distendido. José Moreno, descrito como el más joven y el que cuenta con estudios universitarios, debe solucionar este entuerto del ridículo que pone en vergüenza a la familia. Entonces, lo que parece ser una mera “ocurrencia”, una puntada de las “puntadas”, cose con hilo y aguja los labios del abuelo. La frase final es contundente, cito:
“Tocar la carne muerta, profanarla, sin consideración, penetrarla con la aguja, hizo a José estremecerse; mientras hacía el impensado trabajo, pensó que sellar la boca que le había contado cuentos y leyendas que habían poblado su infancia era cuando menos irónico” (p.50). Claramente encontramos, con ayuda del psicoanálisis, una transgresión de tipo sexual y coprofílica. La aguja es fálica, penetrar la carne con ella es una imagen clara de una agresión sexual. Por ello la reiteración es evidente: “profanarla, penetrarla con la aguja”. Es aquí donde podemos identificar el símbolo de la castración. Por la boca abierta se sopla. Y el concepto soplar, en el lenguaje psicoanalítico, significa hacer el ruido que hace un fuelle. Y de fuellear a follar, término sexual éste más usado en España que en México, hay un centímetro de distancia. Coser la boca y coser el culo pueden ser sinónimos por analogía. La boca y el culo emiten sonidos, soplan, simbólicamente son bocas los dos. Los dientes expuestos del abuelo que tiene la boca abierta, por otra parte, significan el simbolismo, la imagen atroz, de la vagina dentada que navega en el inconsciente de los hombres como una seria amenaza. al coserle la boca al abuelo, el autor se ha cosido la propia. de ahí que se le conozca como un ser hermético, que se mueve dentro del ámbito de lo “cerrado”, sellado, clausurado, al que nadie le podrá hacer soltar la “sopa” de sus emociones y de sus sentimientos. Siendo éste uno de los motores principales de la personalidad del autor cuauhtemense. Ésa será su forma de conducirse ante los demás. Estamos ante un hecho real que el autor ha decidido novelar. Para ello se requiere de cierto arrojo, de cierta valentía. Fue tanta su conmoción al sublimar la escena, que siendo un autor siempre tan cuidadoso de lo que escribe, no pudo evitar que la grafía “s” que acompaña al artículo “los” se omitiera. Siendo la frase “lo dientes y la lengua” lo que se trasluce; errata misma que también al encargado del cuidado de la edición se le escabulló. Lo cual indica que su autor tuvo un mínimo tropiezo que podría interpretarse como un micro-desliz en la pulida y correcta prosa que le caracteriza. Un pequeño traspiés del inconsciente.
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