Un arte espectral

La paranoia es el centro de la cordura o el borde de la psicosis del escritor. El detalle es que nunca se sabe cuándo la paranoia está dedicada a la propia seguridad o a la quiebra definitiva.

Lo que importa entre el historiador y el novelista es que lleven a cabo un ataque contra la naturaleza posible de la realidad. Este es el elemento básico de una buena ficción, ya sea que el modo de asalto sea la historia o sea la novela.

Cualquier persona, estudiada en profundidad resultará fascinante para un escritor.

Los escritores no pueden decirse a sí mismos, este retrato va a dejarle una cicatriz a un buen amigo o a mi padre, o a mi hermana. Si experimentan tales sentimientos no pueden escribir. Por ello tiene que haber algo de maníaco en alguien que será una escritor excitante. Se tiene que estar dispuesto a lograr sacar ese libro sin importar las bajas psíquicas que cause.

Cuando un general en guerra dobla la rodilla para rezar, es tan probable que esté invocando a un demonio como invocando a Jesucristo. Desde luego, puede estar pensando que convoca al Señor. Sin duda, nunca se ha cruzado con la sentencia de Kierkegaard de que cuando nos sentimos más santos, podríamos estar trabajando para el demonio.

¿Puede uno llegar tan lejos como para sugerir que existe un elemento enterrado en muchos escritores de talento que esperan inconscientemente que su trabajo no sólo sirva a la literatura, sino como actos de conjuro o propiciación? ¿Qué estaba tratando Joyce, como ejemplo poderoso, de mostrarnos en Finnegans Wake?

Cualquiera que alguna vez haya sentido pánico en cualquier sentido auténtico sabe que es una experiencia casi insoportable; uno hará casi cualquier cosa para evitarlo.

Para repetirlo: la regla es que si te dices a ti mismo que vas a escribir mañana, entonces no importa lo mala que sea la resaca o lo prometedora que sea una invitación repentina por la mañana para hacer algo más disfrutable, si te sometes a esta imposición, este decreto que te obliga a ser confiable, entonces, después de cierto período de tiempo, el inconsciente, cuidando sus desilusiones, puede empezar a confiar otra vez en ti.

En los primeros años de la escritura tiendes a forzar la narración y eso equivale a echarlo a perder todo. Lo fuerzas porque simplemente el inconsciente ya ha hecho su trabajo. Si insistes, la chatura del afecto será tu recompensa la temida antagonista: la nada. Eso es lo que aprendes con el tiempo.

Hay un toque de bloqueo de escritor en cada día de trabajo. Forma parte de la experiencia de escribir. En los días felices, uno está escribiendo como si estuviera todo allí, un don.