—¿Aceptar qué, que amo a una mujer que es una mentirosa, que ha jugado con todos nosotros, que es impulsiva, terca, sabionda y que es como un dolor de muelas? No seas imbécil, ¡pues claro que la amo!, y eso me está volviendo loco.
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—¿Aceptar qué, que amo a una mujer que es una mentirosa, que ha jugado con todos nosotros, que es impulsiva, terca, sabionda y que es como un dolor de muelas? No seas imbécil, ¡pues claro que la amo!, y eso me está volviendo loco.
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(…) Jamás pensó que sentiría algo así por un hombre. No sabía exactamente qué nombre ponerle a ese sentimiento, pero era demasiado perturbador para ignorar por más tiempo su existencia. Aceptaba lo que le hacía sentir cuando estaba cerca, embriagando sus sentidos como una inexperta debutante que bebe por primera vez una copa de champaña, pero lo que la asustaba era no poder controlar esas sensaciones que parecían intensificarse con el paso de los días y que inevitablemente la llevaban a un terreno totalmente desconocido que la asustaba y excitaba a la vez.
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(…) Nada la había preparado para encontrarse con el conde de Ashford. La ponía nerviosa, y no era solo por su enorme atractivo, porque era guapo a más no poder, sino también por su manera de mirar, de moverse, como un felino salvaje al acecho de su presa. Desprendía una seguridad en sí mismo que rayaba en el insulto y, sobre todo, por cada poro de su piel emitía un aura de misterio difícil de ignorar. Era como un desafío para cualquier mujer, una invitación para descubrir sus secretos.
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—Mi pequeña hechicera de ojos verdes, ¿qué me has hecho?
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Lucien sonrió, sintiendo que parte del cinismo que lo había acompañado durante los últimos años se había desvanecido. Eso era algo peligroso y esperanzador. Quizá todavía no estuviera todo perdido para él, quizá todavía podía volver a creer en el amor.
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—Ojalá yo hubiese tenido una institutriz como tú. No puedes engañarme. Quieres hacer creer a todo el mundo que eres una mujer anodina, pero nada más lejos de la verdad. He de decirte que has fracasado totalmente, porque eres incapaz de ocultar tu rebeldía y tu naturaleza apasionada.
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(…) Pero a pesar de todo, él era solo un hombre y la deseaba más de lo que nunca había deseado a ninguna mujer. Lo que más le asombraba no era ese deseo devastador que corría por sus venas, sino la necesidad que sentía de protegerla, de cuidarla y de amarla.
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(…) De una cosa no cabía duda. Esa hermosa, terca, e incorregible institutriz era toda una mujer.
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(…) el agotamiento le estaba empezando a pasar factura; de otro modo, no podría explicarse que la mujer que ocupaba la mayoría de sus pensamientos fuera una altiva, insufrible y fea institutriz.
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(…) ¿Cómo era posible que su respiración se hubiese agitado de aquella manera y que su corazón se hubiese acelerado como un potro salvaje únicamente tras unos minutos a solas con él? Debía de ser producto del cansancio y la falta de alimento. Sí, seguramente era eso. No había que darle mayor importancia.
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¿Quién es el autor/la autora de Episodios Nacionales?