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Crítica de lavidademisilencio


lavidademisilencio
06 November 2019
Desde que vi esta novela en quedé prendada de su portada llamativa y su título sugerente; cuando leí la sinopsis terminé de convencerme de que tenía que adentrarme en sus páginas. Y gran decisión la mía porque he disfrutado —y aprendido, sobre todo aprendido— muchísimo con la historia. Sabes que te encuentras ante una gran novela cuando te hace reflexionar. Este es el caso de Hija del camino, que me ha hecho cuestionarme aspectos que antes pasaba por alto.

Sandra es una joven periodista de 32 años medio guineana, medio española, que se pasa la vida buscando su lugar en el mundo. Desde bien pequeña tuvo que enfrentarse a una sociedad que veía su piel antes que la persona que se hallaba bajo ella; rodeada de gente que la juzgaba, creció sintiéndose de ninguna parte. Con el tiempo comprendió que si se quedaba en el mismo lugar —España— para siempre, jamás descubriría cuál era su verdadero hogar. Por ello, comenzó a viajar buscando nuevas experiencias, explorando otras culturas, enriqueciéndose de personas que, como ella, se sentían ciudadanos del mundo.

Sin embargo, por mucho que sus pies se hallaran en diferentes lugares, su corazón siempre permanecía en el mismo sitio: junto a su familia. Su hermana pequeña Sara a la que Sandra siempre intentó proteger frente al racismo que a ella la acechaba día tras día; su padre Antonio, que le contaba historias de su Guinea natal y le transmitía ese amor por una tierra que nunca había pisado y su madre Aurora que vio crecer a sus hijas en un entorno que las juzgaba por su piel y que, a pesar de nunca haber pasado por lo mismo, siempre fue el abrazo que ellas necesitaban.

Tras tantos viajes y tantas preguntas por resolver, Sandra se encuentra ahora en Londres. ¿Será por fin allí donde encuentre su hogar?

Hija del camino es una novela dividida en tres partes con capítulos titulados pero sin numerar. En cuanto a su extensión, no son ni muy largos ni muy cortos, volviendo la lectura amena y ligera. Sin embargo, un aspecto que falla en la novela a nivel estructural es que, a mi parecer, hay una falta de linealidad de lo que se cuenta que provoca que el ritmo se vuelva algo atropellado. El pasado y el presente se intercalan de forma indiscriminada en los capítulos y, lejos de resultar de ayuda al lector para construir la historia, estos saltos temporales provocan confusión. En mi caso, hallé dificultades a la hora de hacerme una idea nítida de la cronología de los momentos vitales de la protagonista. de hecho, al final de la historia tuve que pararme a pensar qué pasó en cada momento de su vida y armarlo como un puzzle en mi cabeza para que tuviese sentido. Aunque este aspecto no dificultó excesivamente mi experiencia lectora, sí me hizo descolocarme en un par de ocasiones y perder el hilo de lo que se me estaba contando.

En la misma línea de lo mencionado, otro punto negativo a destacar para mí es la mezcla de la tercera persona en presente y en pasado en la narración. Si bien es cierto que ayuda a situarnos en un momento determinado de la vida de Sandra, esta elección de tiempos verbales me sacó más de una vez de la historia.

Por otra parte, en cuanto a la pluma de la autora, es cercana y desenfadada y de una sensibilidad reseñable a la hora de describir lo que es vivir a la sombra del racismo. A pesar de la complejidad de la temática, Lucía es capaz de acercar al lector a su realidad y hacer que se ponga en la situación de una persona racializada cuyo color de piel determina su vida y cómo los demás la ven y la perciben.

En lo referente a los personajes, los únicos que llegamos a conocer verdaderamente y en profundidad son Sandra y su familia más cercana: su padre Antonio, su madre Aurora y su hermana Sara. El resto de secundarios son más bien un telón de fondo que le sirven a la autora para escenificar el racismo desde diferentes perspectivas.

Sandra es una gran protagonista. al principio, se nos presenta como una persona que, desde la infancia, lucha contra el racismo a su alrededor y que sabe poner a quien lo merece en su lugar. Sin embargo, conforme va creciendo se nos van mostrando sus inseguridades y cómo todo lo que ha ido viviendo ha calado en su percepción del mundo y de sí misma.

Con los viajes consigue desprenderse poco a poco de esta carga, pues conoce a personas como ella y a otras que le enseñan lo equivocada que puede llegar a estar. de ella me ha fascinado que en ningún momento se nos presenta como una persona perfecta ni como una víctima, sino como alguien que va aprendiendo con cada paso del camino.

La hermana pequeña de Sandra, Sara es muy diferente a ella. Mientras Sandra siempre ha sido muy tímida e introvertida, Sara ha sabido relacionarse con todo el mundo. A pesar de su contexto, ambas tienen infancias muy distintas. Sandra se enfrenta a más actitudes racistas que su hermana, pues esta última tiene la piel más clara que ella. al principio Sara no entendía muchos de los miedos e inseguridades de Sandra, pues ella no los estaba viviendo. He de reconocer que al principio me pareció una persona egoísta a quien le faltaba empatía tanto por su hermana como por su raza. Así como Sandra mostraba mucho interés por su origen guineano, la pequeña parecía más desapegada de esa parte de su historia. Sin embargo, conforme crecen y avanza la historia, te das cuenta que Sara era una víctima más de la sociedad en la que le había tocado vivir. Ella, ya de mayor, se vuelve más consciente de esto y, de hecho, es una de las personas que más le señala a Sandra que está teniendo actitudes racistas. Me hubiese gustado poder ver su evolución desde más de cerca, pero los viajes de Sandra y el hecho de que la historia está contada enteramente desde su punto de vista no han hecho esto posible.

Antonio, el padre de las niñas, es uno de los personajes más entrañables y de quien más he aprendido. Desde siempre ha llevado su país —Guinea Ecuatorial— por bandera y ese amor por su tierra lo transmite a sus hijas, sobre todo a Sandra. Trabajó en Malabo y cada vez que volvía, llevaba la maleta cargada de historias, anécdotas y noticias sobre familiares y amigos. Sin embargo, ni siquiera él estaba libre de pensamientos racistas y hacía diferencias entre unos negros y otros.

Por Aurora, la madre, he sentido muchísima empatía. Ella, siendo blanca, no ha vivido nunca en sus carnes el racismo. Pero tiene dos hijas mestizas y un marido negro, por lo que está constantemente viendo lo injusta y cruel que es la gente con ellos. Su dolor es el de todas las personas que ven ese sufrimiento desde un segundo plano y no pueden más que intentar educar a quienes juzgan y atacan sin conocer, a quienes ven la piel antes que cualquier otra cosa.

En cuanto a los personajes secundarios son tantos que solo puedo decir que todos, absolutamente todos, le enseñan algo a Sandra y al lector. Todas las personas con las que se encuentra en su vida y sus viajes la harán crecer como persona y comprender mejor el mundo y a sí misma.

En esta historia me ha ocurrido que no he sabido determinar exactamente su trama. Es simplemente la historia de una vida que, en ocasiones se me asemejaba tan real que podría haber pasado perfectamente por la autobiografía de la autora. Por otra parte, esa falta de trama a veces me hacía pensar que este libro hubiese funcionado también muy bien como antología de relatos sobre racismo y xenofobia.

Lo que más me ha gustado, y el eje principal de la historia, es que el racismo se nos presenta desde múltiples vertientes. Una cosa que aprendí con Hija del camino es que incluso quienes lo sufren en sus propias carnes pueden presentar actitudes racistas y xenófobas, porque la sociedad así les ha enseñado. Aprendes, junto a quienes lo sufren, todos aquellos aspectos que nosotros damos por hecho pero que ellos no tienen. Por ejemplo, la representación. Uno de los momentos que más me gustaron de la historia fue cuando Sandra cae en la cuenta de que en su biblioteca casi no había presencia de autores y autoras negros. Poco a poco, junto a su padre, empieza a descubrir que no es que no existieran, sino que nadie se los había presentado aún.

Y, por encima de todo, la historia enseña al lector a reconocer sus propios actos racistas que, aunque no los entendamos como tales, pueden dañar a la otra persona y hacerla sentir inferior. Gracias a la historia de Sandra he aprendido a cuestionarme todas esas frases que decimos y que para nosotros no tienen importancia, a frenar y reflexionar acerca de los prejuicios que nos acompañan desde bien pequeños y también a empatizar con el prójimo. Nunca sabemos por lo que la otra persona pasa —ya no solo en lo referente al racismo— y no está de más hacer un ejercicio de reflexión acerca de la importancia de ser amables y educarnos en aquello en lo que somos ignorantes.

En cuanto al final, me ha parecido el más adecuado para esta historia, aunque bien es cierto que me hubiese gustado un desenlace más cerrado.
Enlace: http://lavidademisilencio.bl..
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