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Que no está muerto lo que yace eternamente, y con el paso de los evos, aún la muerte puede morir.
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Que no está muerto lo que yace eternamente, y con el paso de los evos, aún la muerte puede morir.
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Oriente, Egipto ¡en verdad, esta tenebrosa cuna de la civilización era siempre fuente de horrores y maravillas indecibles!
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Que no está muerto lo que duerme eternamente; y en el paso de los eones, aún la misma Muerte puede morir.
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Y estas visiones eran tanto de las rutas que existieron o pudieron existir, como de las que existen aún: porque el océano es más antiguo que las montañas, y transporta los recuerdos y los sueños del tiempo.
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Yo he visto abrirse el tenebroso universo Donde giran sin rumbo negros planetas, Donde giran en su horror ignorado Sin orden, sin brillo y sin nombre. |
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Lo que ha emergido puede hundirse, y lo que se ha hundido puede emerger otra vez. La mayor de las blasfemias espera y sueña en las profundidades.
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En su morada de R’lyeh, el difunto Cthulhu espera soñando.
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Esos terrores están ahí desde el principio. Se remontan a antes de que existiera el cuerpo humano. No necesitan siquiera de él, porque de todas maneras habrían existido.
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No pude eludir la impresión de que eran cumbres malignas –montañas de locura cuyas más lejanas laderas se asomaban a algún detestable abismo infernal-. Aquella nube al fondo, trémula y medio luminosa, despertaba sugerencias indecibles, más que de un espacio terrestre de un más allá vago y etéreo, y daba aterradoras advertencias de la naturaleza totalmente remota, apartada, desolada, y muerta desde hacía muchos eones, de ese mundo austral insondable y jamás hollado.
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Los niños siempre sentirán miedo a la oscuridad, y el adulto, con una mente sensible a los impulsos hereditarios, siempre temblará al pensar en los mundos insondables y latentes de una vida extraña, que existen en los abismos planetarios, o que envuelven espantosamente a nuestro propio globo en unas dimensiones impías que solo la muerte o la locura pueden vislumbrar.
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Fue un escritor...