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Crítica de Inquilinas_Netherfield


Inquilinas_Netherfield
07 March 2020
Si os digo la verdad no tenía ni idea de la publicación de este libro hasta que un día acudí a mi librería y me lo encontré flamante en mi mesa de novedades, esa a la que siempre acudo en busca de nuevas ediciones de clásicos. A poco que me conozcáis os podéis imaginar las campanas que resonaron en mi cabeza al encontrarme un título tan sugerente como Cuatro damas del misterio (¡misterio! ¡clásico! ¡victoriano!) y la promesa de varias historias cortas de la mano de autoras que en un par de casos admiro mucho y os he traído ya en varias ocasiones al blog, y en el otro par de casos de autoras a las que todavía no había tenido el placer de leer pero estaba deseando hacerlo. Vamos, que me faltó tiempo para hacerme con un ejemplar, ni siquiera miré la sinopsis, ni de qué iban las historias ni nada de nada. No me hacía falta. Confianza ciega en las autoras y en la editorial.

Durante los últimos años han proliferado en España antologías o compilaciones de relatos o cuentos de autoras victorianas (sobre todo en las áreas del misterio o el subgénero gótico) en un claro intento por dar visibilidad, en unos casos, a un numeroso grupo de escritoras que han desaparecido del imaginario contemporáneo enterradas por décadas de oscurantismo y olvido pero que en su día tuvieron un nombre y cierta reputación en ambientes literarios, y en otros casos para dar a conocer el trabajo en el relato corto o cuento de autoras conocidas o renombradas por otro tipo de historias o géneros. En unos casos la literatura era una afición o un intento de hacerse un hueco como escritoras, y en otros era la profesión y único medio de subsistencia de la autora en cuestión.

Las cuatro damas del misterio a las que alude el título de esta compilación fueron todas escritoras profesionales que se movieron ya no solo en el ámbito de la ficción (ya fuese novela larga, relato o novela corta), sino que en algunos casos fueron enormemente consideradas en la literatura de viajes, el ensayo o el periodismo. Se dedicaban a la escritura, hicieron de ella su medio de vida, y algunas fueron incluso criticadas por su exceso de producción, porque se consideraba que esa prodigalidad era directamente proporcional al deterioro en calidad de lo que publicaban... no era cierto (no más que en el caso de cualquier otro autor con un ritmo rápido de publicación), pero sea como sea había que comer, y para autoras como Margaret Oliphant, viuda, sin recursos y a cargo de tres hijos, escribir y publicar era cuestión de supervivencia.

La selección del cuarteto de historias que componen este volumen no deja de resultar curioso (y no sé si intencionado por parte de la editorial), pues todas pertenecen a dos décadas del siglo XIX muy concretas (las de 1860 y 1890), quedando divididas por tanto en dos grupos separados por más de treinta años entre sí. Esa diferencia de épocas en las que fueron concebidas se delata sobre todo en el desarrollo y la complejidad de las tramas, más breves y sencillas en el caso de las escritas en la década de 1860, y más desarrolladas e intrincadas en lo que respecta a las publicadas en la década de 1890. Os cuento un poco sobre cada una de estas historias y sus autoras (de las que incluyo la pequeña biografía que la editorial comparte en la ficha del libro).


PERDIDOS EN LA PIRÁMIDE (o La maldición de la momia), de Louisa May Alcott (1869)

Louisa May Alcott (1832-1888) fue una escritora americana, gran partidaria de las causas sociales, conocida, sobre todo, por la célebre novela Mujercitas. Editorial Funambulista publicó en 2014 su libro Un cuento de enfermera (reseña aquí).

Paul Forsyth le cuenta a su prometida Evelyn cómo se perdió en una ocasión dentro de la pirámide de Keops junto al profesor Niles, y cómo tuvo que quemar una momia que encontraron en uno de los pasadizos para que el humo guiase a aquellos que les buscaban. de aquella expedición se trajo una caja de semillas como recuerdo, semillas de las que se encapricha Evelyn a pesar de las reticencias de Paul, quien no cree que sea buena idea plantar esas semillas, pero... ¿qué sería de la literatura si los personajes hiciesen caso de las buenas ideas y no hiciesen cosas que tendrán consecuencias?

Poco más os puedo contar sobre una historia que apenas ocupa unas veinte páginas. A pesar de ser publicada en 1869, esta historia de Alcott permaneció olvidada entre su obra hasta 1998 (por la fecha imagino que fue descubierta poco después de la herencia, novela inédita y muy temprana de la autora que os reseñé el año pasado). La verdad es que ante la sola lectura del título os podéis imaginar por donde van los tiros: este breve relato fue uno de los precursores de las maldiciones egipcias en la literatura, tema que 150 años después se sigue explotando intermitentemente tanto en papel como en el cine. Lo que siempre digo, lo que hoy día nos parece trillado tuvo su origen mucho tiempo atrás, y Perdidos en la pirámide da buena muestra de ello.

Perdidos en la pirámide es una historia sencilla por su economía de páginas pero muy bien estructurada y, aunque te imaginas los derroteros por los que transitará, mantiene el interés gracias a la naturalidad con que está escrita y al punto de suspense que la rodea. Por cierto, al hilo de lo que siempre os comento sobre Alcott y su gusto por historias bastante más oscuras que Mujercitas que se veía obligada a publicar con seudónimo... Perdidos en la pirámide fue publicado bajo las iniciales L.M.A., justamente entre medias de Mujercitas (1868) y Aquellas mujercitas (1869). Lo que era correcto y decoroso para una dama, con su nombre completo; las historias de sangre y truenos, como ella las llamaba, con seudónimo o escondiendo su nombre. Un ejemplo más de su bibliografía.

DIONEA, de Vernon Lee (1890)

Vernon Lee (1856-1935), seudónimo de Violet Paget, de padres ingleses, nació en Francia, pero vivió gran parte de su vida en Italia. Su fama se debe principalmente a sus cuentos de fantasmas y de misterio y a la literatura de viajes.

Dionea es una niña de cuatro o cinco años que aparece en la costa italiana como única superviviente de un naufragio: está atada a una tabla de madera, lleva ropas extrañas, no porta ningún crucifijo que la identifique como cristiana y no entiende una palabra de italiano. Nadie parece saber nada del barco hundido ni, sorprendentemente, ningún otro cadáver es arrastrado a la costa. El pueblo costero donde recae esta niña es de gente humilde y sencilla, nadie puede hacerse cargo de ella, pero a petición del doctor Alessandro de Rosis (que vive en ese mismo pueblo), la princesa de Sabinia la toma como protegida y unas monjas de un convento cercano la acogen. La historia nos va narrando como esta niña va creciendo y convirtiéndose en un ser tremendamente hermoso que causa tanta fascinación como rechazo pero que posee una moralidad más que dudosa: mejor no darle motivos de enfado o resentimiento, porque entre los habitantes del pueblo comienzan a circular rumores de que quien le ofende, paga las consecuencias.

El nombre de Dionea parece provenir de Dione, amante de Zeus y madre de la diosa Venus, y ese aire mitológico, de fuerzas naturales, deidades y leyendas impregnan toda la historia. En apenas cincuenta páginas, Vernon construye toda una historia alrededor de este personaje femenino al que nunca da voz y que solo conocemos por lo que se nos cuenta de ella. El relato está narrado por completo de manera epistolar, siendo el autor de las cartas el doctor Alessandro de Rosis y la receptora la princesa de Sabinia. Conforme el doctor informa a la princesa de la evolución de su pupila, vamos conociendo la preocupación creciente de este hombre ante el carácter que revela Dionea, el escaso interés que parece tener por relacionarse con sus vecinos y las tragedias que acontecen a todo aquel que osa interesarse más de la cuenta por ella.

Es la primera vez que leo a Vernon Lee, famosa sobre todo por sus historias góticas y de fantasmas en el terreno de ficción, y por su literatura de viajes y provocadores ensayos en el de la no ficción. Vivió buena parte de su vida adulta en Italia (de ahí la localización de esta historia) y, aunque no puedo comparar con nada más (ya digo que es lo primero que leo suyo y no sé si el resto de su obra de ficción está a la misma altura), para mí es, junto con La ventana de la biblioteca, de Margaret Oliphant, el mejor relato de los cuatro, el más complejo tanto a nivel de trama como de construcción del personaje principal. La narración incluye multitud de referencias artísticas, literarias y mitológicas, y la autora, a pesar de la escasez de espacio, se apaña para adentrarse en diversos ámbitos de su interés y cerrarlo todo. A mí me ha gustado mucho, probablemente lo relea en algún momento para exprimirlo un poco más.


EL TERCER HORNO, de Amelia B. Edwards (1863)

Amelia B. Edwards (1831-1892) fue una escritora, periodista y egiptóloga inglesa. Empezó a escribir desde muy joven, tanto que a los siete años llegó a publicar su primera poesía. El carruaje fantasma es una de sus obras más celebradas.

Este relato, contado en primera persona por un hombre que desde el principio nos avisa de que no puede explicar los hechos que va a narrar, nos lleva a una fábrica de porcelana en la región de los alfareros (Staffordshire Potteries). En ella comienza nuestro narrador como aprendiz de la mano de George Barnard, el capataz, que pronto se convierte en su único y mejor amigo. Barnard está prometido con Leah Payne, una joven casi veinte años menor que él y un modelo de virtud del que nuestro narrador queda prendado (pero solo como se admira a alguien digno de ser admirado, no de un modo romántico). Esta idílica situación se trastoca cuando aparece en escena un francés llamado Louis Laroche; todos menos Leah parecen presentir el peligro que encierra este hombre, lo que conducirá a una situación en la que serán necesarias decisiones extremas.

No os puedo contar qué elemento de la historia posibilita su presencia en esta recopilación de relatos de misterio porque os estaría desvelando el final mismo de lo que en ella se cuenta. Sí que os puedo decir que cuando llega, lo reconoces y sabes lo que es sin género de dudas antes de que el protagonista de la historia sepa ponerle nombre, y el interés radica en la motivación que lo provoca y hasta donde puede llegar un hombre para proteger a la mujer que ama.

Es muy cortito también (de apenas veinticinco páginas), y sumado a la fluidez de la narración y lo interesante de la historia, la verdad es que la lectura dura un suspiro. Me ha llamado la atención (no puedo evitarlo, sabéis que soy doña clásicos policíacos) que en determinado momento se introducen elementos forenses en la detección de pruebas, y es que no hay que olvidar que este relato es bastante temprano y la ciencia forense estaba apenas viendo la luz en aqella época. Muy interesante verlo ya plasmado en un relato de este tipo.

Un primer acercamiento muy positivo a la narrativa de esta autora.


LA VENTANA DE LA BIBLIOTECA, de Margaret Oliphant (1896)

Margaret Oliphant (1828-1897) fue una novelista e historiadora escocesa. Entre sus obras literarias destacan los relatos de fantasmas de corte victoriano, como La puerta abierta y La ventana de la biblioteca (publicado en este volumen).

La protagonista, que también narra en este caso en primera persona, nos habla de un suceso que le ocurrió en su juventud cuando estaba pasando un verano con su tía en Edimburgo. Se define como una muchacha seria, a la que le gustaba estar a solas con un libro o vislumbrando a través de una ventana el ir y venir de la gente. También comenta que tenía una especie de sexto sentido que le permitía escuchar todo lo que se decía a su alrededor aun sin estar pendiente, y ver todo lo que ocurría a su alrededor aun sin levantar la vista de su libro. Desde donde se asoma a la calle puede ver la biblioteca escolar, y sobre una de sus ventanas se cierne un misterio. ¿Es de verdad o de mentira? ¿Está pintada sobre la pared o tiene cristales de verdad? Todo el mundo parece estar de acuerdo, es de mentira, un efecto óptico para mantener la uniformidad de la fachada, pero ella comienza a ver más allá de la ventana, el interior de la habitación, poco a poco, un mueble aquí, una silla allá... hasta que lo ve a él moviéndose por la estancia. El problema está en que solamente ella parecer verlo y comienza a obsesionarse con ese enigmático joven.

Y aquí tenemos de nuevo a mi querida Margaret Oliphant en su tercera aparición en el blog (y mientras dependa de mí y encuentre traducciones suyas, por aquí seguirá apareciendo). Su prosa es tan de su tierra, tan escocesa, que te va envolviendo poco a poco en brumas evocadoras, descripciones sugerentes, tintes misteriosos y personajes que parecen extraídos de esa literatura del romanticismo que ya era agua pasada en el cambio de siglo que estaba a la vuelta de la esquina. Oliphant además veía la literatura gótica o de misterio no como un medio para provocar terror, sino para hacer de lo sobrenatural algo admisible, factible, que provocase empatía en el lector y le hiciese replantearse su propia condición humana y sus valores morales (Una ciudad asediada, que os traje el pasado Halloween, es otra buena muestra de lo que os comento, al igual que Lady Mary). Aquí no hay horror ni terror, hay una sensación de anhelo imposible, de misterio insondable... incluso de cierta ambigüedad, porque las personas alrededor de Mary dan muchos rodeos, callan cuando podrían hablar, y al final te quedas con la sensación de que has visto mucho en la historia, pero no todo lo que la autora quería que vieras.

Este relato es de los más famosos de su obra y fue bastante polémico en su época porque muchos quisieron ver en él una denuncia sobre las condiciones opresivas en que vivían las mujeres victorianas. Yo me quedo con las muchísimas reminiscencias a Walter Scott presentes en la historia (Oliphant idolatraba a Scott) y con una historia narrada de manera tan visual, tan reflexiva y con tanta emoción que ese joven de la ventana se queda contigo y ya no lo olvidas.

Tal y como ha ido quedando claro conforme os hablaba de los relatos uno a uno, aunque he disfrutado mucho de los cuatro, debo admitir que los dos más extensos han sido mis preferidos, pues dan lugar a mayor desarrollo y profundidad de la historia (de igual modo, que los dos sean también los publicados en la década de 1890 no creo que tenga realmente nada que ver). Aun así, lo dicho, he disfrutado mucho de todos y el libro me duró un suspiro en las manos. Me ha servido también para reencontrarme con dos autoras que adoro, como son Alcott y Oliphant, y para conocer a otras dos de las que espero leer más en un futuro, Lee y Edwards (a decir verdad, le tengo echado el ojo a un libro de viajes de Amelia Edwards sobre Egipto desde hace siglos, así que creo que va siendo hora de hacerme con él).

Sé que muchos no sois de relatos, me lo comentáis cada vez que os traigo un libro de este tipo, pero soy muy pesada y cuando algo merece la pena, mi deber es insistiros e intentar que le deis una oportunidad. Cuatro damas del misterio se compone de relatos de misterio, no de terror, que se adentran en varios tópicos góticos (maldiciones, fantasmas, mitología, brujería...) pero de un modo elegante y nada oscuro. Cuatro historias y estilos muy diferentes como totalmente diferentes fueron las personalidades y vidas de sus cuatro autoras, aunque todas ellas tuvieron que pelear mucho para ver sus historias negro sobre blanco en una época en la que vivir de la literatura siendo mujer era una posibilidad factible pero en absoluto exenta de muchas piedras en el camino.
Enlace: https://inquilinasnetherfiel..
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