El último sueño

Salvarse es una quimera, una mentira piadosa que se les cuenta a los niños antes de dormir para no despertar. Solo los hipócritas y los mezquinos se salvan, y ellos no eran así; Kemi y él y todos los abandonados a su suerte, a un lado de la historia. Salvarse era para los que todavía soñaban con el futuro a pesar de haberlo asesinado a base de buenos modales y moral.

Se escuchaba música tras los postigos de las tabernas y risotadas y palmas, porque allí dentro no había más ley que la del vino y la del dinero, ni mas futuro que el amor de quita y pon.

La mentira era parte del lodo sobre el que se levantaba aquella ciudad sin fin.

—Zaman me enseñó que luchar no es solo cosa de armas y peleas —dijo por fin—. He visto morir y he visto matar. Y nada es mejor que la vida. Esa es la verdad. Nada es mejor que nuestra vida.

¿Cómo no iban a aceptar el dolor como único modo de vida si la muerte era la otra opción?

La vida en paraíso no era más que un juego imposible de ganar.

La ciudad creció y creció hasta devorarlo todo: la esperanza, las posibilidades, opciones y alternativas, todo lo que no fuese la miseria amurallada de sus habitantes.

Si perdemos que sea porque la victoria es imposible, no porque no lo hemos intentado.

¡Os juró que habrá venganza! ¡Que la carne se paga con carne y el dolor con heridas!

Después de todo, la mentira era parte del lodo sobre el que se levantaba aquella ciudad sin fin.