Su madre la miró con firmeza como si ella fuese la causa del desagradable hedor. Siempre lo hacía. Le clavaba esa gélida mirada como si fueran cuchillos acusadores que le cortaban la piel rasgando su interior. Se quedaba quieta y agazapada, casi sin respirar y le lanzaba el descubrimiento esperando una reacción.
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