Las lágrimas de San Lorenzo

El tempo de la obra recuerda al de su preciosa novela “La lluvia amarilla”, y también el tiempo y la memoria de ese tiempo vuelven a ser los temas centrales de este libro impregnado de una melancolía que como una roca, este Sísifo de la morriña que es el protagonista, sube en cada capítulo a ritmo de estrellas tan fugaces como la vida.

Lástima que la obra no esté a la altura de la otra, que sea aburridamente repetitiva. Una y otra vez el narrador vuelve a los mismos recuerdos y a las mismas reflexiones que estos le provocan. Así, no es de extrañar la magnitud de la depresión que vive el protagonista de esta historia, pues es esta novela, estas Lágrimas de San Lorenzo, la obra de su vida, esa que lleva años persiguiendo escribir. 200 páginas repletas del vacío que siente el protagonista en su interior y que ya nos describió suficientemente en las primeras 20.

Sí, estoy siendo muy duro con la novela, no es para menos. Con lo bien que escribe Llamazares y habiendo momentos en la novela en los que realmente llega a conmovernos, fastidia no encontrar aquello que bien podría haber llegado a ser. En este sentido, no hubiera estado de más que hubiera dotado de dimensiones a sus personajes que, exceptuando al protagonista, no son más que sombras, gente que pasaba por allí y que el autor prácticamente se limita a citar como pretexto para contarnos una y otra vez la tristeza de su narrador, a hacernos reflexiones propias de adolescentes que comparten unos porros mientras miran las estrellas tumbados en la playa y se lamentan de lo pequeñitos e insignificantes que son en el infinito universo, entremezcladas con las propias de la crisis otoñal, ya saben, lo efímera que es la existencia, mis amigos dónde estarán y qué he hecho yo con mi vida.