La tierra errante

Y por eso vinimos a Tierra Cuatro. Fueron treinta mil años de penoso viaje interestelar durante los que perdimos casi la mitad de nuestra flota: la nave que no se perdía en el polvo interestelar caía en un agujero negro.

Con el tiempo, aquellas montañas distantes se convirtieron para mí en símbolo de todas esas cosas en la vida que, aun pudiendo verlas con total claridad, nos siguen resultado inalcanzables; esos sueños eternamente congelados en la lejanía.

Hay ante mí y ante mis descendientes una noche eterna, una batalla sin fin, un universo interminable; ¿dónde… dónde aguardará nuestra morada final?”

El Universo, al igual que la Tierra en épocas pretéritas, es un bosque oscuro donde cada civilización es un cazador silencioso, un cazador que se esfuerza por no ser detectado mientras se apresta a destruir a cualquier otro cazador que constituya una amenaza real o imaginaria.

Curiosamente, todas las religiones del planeta desaparecieron de la noche a la mañana sin dejar rastro alguno. La gente se había dado cuenta al fin de que, aun en caso de que existiera algún dios, tenía que ser un hijo de puta.

Nunca he visto la noche. Nunca he visto las estrellas. Tampoco he visto la primavera ni el otoño ni el invierno. Nací a finales de la Era de la Frenada, justo cuando la Tierra dejó de girar.

Dedicarse a aquel oficio le había hecho comprender que algunas cosas solo podían entenderse vistas desde arriba.

Podemos hablar de cualquier tema, pero, por favor, ahorraos las consideraciones morales. En el contexto del universo, esas cosas carecen de sentido.