Siento haber necesitado leer a Clarice Lispector toda mi vida, leer esta obra ha sido como un jarro de agua fría, a la vez que una absoluta adicción. La autora entreteje en este relato tres voces: la propia Clarice, quien como una directora de teatro organiza la obra, la voz narrativa masculina, quien encarna la potestad de escritor y narrador que, a su vez, nos presenta a Macabea, la protagonista. Es alucinante asistir a las conversaciones, una suerte de apartes teatrales, que ese narrador masculino establece consigo mismo, con el lector y al respecto de su creación: Macabea. Sin duda, se nos asemejará a una obra teatral, a una mirilla en la creación literaria. Este es un relato que deja patente la maestría de Lispector respecto a la forma literaria, jamás leeremos algo semejante. Pero, además, esta historia plantea gran cantidad de reflexiones morales, éticas, desde una visión casi absurda de lo que es el conocer y el existir en este mundo. Es mejor acercarse sin saber mucho más, simplemente sabiendo que Clarice sorprende desde su escritura diferencida de todo formalismo. |