Aprendizaje o el libro de los placeres

UN APRENDIZAJE O EL LIBRO DE LOS PLACERES, SER EN VÉRTIGO O EL APROPIADO APRENDIZAJE

Dejan de ser curiosas al final de la lectura y se convierten en absoluta certidumbre las palabras iniciales de Clarice Lispector, advirtiendo al lector que este libro “se pidió una libertad mayor que tuve miedo de dar. Está muy por encima de mí. Humildemente intenté escribirlo. Yo soy más fuerte que yo.” Cuanta verdad presiento en la anterior frase y ni siquiera conozco la vida de Clarice. Aún así, transitar las páginas de esta novela permiten entrever el esfuerzo intuitivo que tuvo que dar esta señora para el nacimiento de la misma. Puedo simplemente manifestar que es la mejor novela que he leído y listo, salir corriendo sin ofrecer argumento alguno, dejándoles pasmados. Puedo incluso causar más conmoción afirmando que es la primera novela que leo de una mujer y que su agudeza sensitiva rebasa mi constructo social.
Es simple: es una historia de amor. Es una historia de una mujer y un hombre que se conocen o creen conocerse para luego de un arduo aprendizaje genuinamente llegar al conocimiento propio y mutuo. Así de sencillo y así de estrictamente imposible es acceder de lleno a este meollo. No es increíble asentir que somos hijos de narraciones que claman un amor lleno de convencionalismos, un amor confundido con vanos deseos, carne que come carne, cuerpos que dependen y se pierden en otros cuerpos. Ese ha sido el contenido con que hemos saturado la palabra ‘amor': dependencia, posesión, celos y todas esas barrabasadas que nada que nada tienen que ver con el amor, según lo intuye aquí Clarice Lispector.
Tiene que ser el atrevimiento, la osadía, la transgresión, las características de todo escritor que busque la trascendencia. Lo que hace grande a esta novela es su maravillosa ambigüedad. Acompañamos a Lori en su vertiginoso aprendizaje, y para aprender no es deseable pero sí ineludible el dolor. Toda transformación conlleva a que las tenaces formas que antes constituían las columnas de una existencia se vean desplomadas. Esto es lo que trata de narrar Lispector. Este es un libro donde el protagonismo se lo lleva no los personajes sino el proceso que tienen que encarar para alcanzar sus proyectos. Es un río poético donde todo y nada cuaja, donde se confunden aspectos aparentemente dicotómicos, donde el narrador lanza imágenes claroscuras que aprueban el avance o no por el camino que transitan. Sufrimos a Lori, padecemos las gotas de sangre que suda su frente. Nos dejamos afectar por ese proceso que es imposible pero no imposible (así de contradictorio es esto; así es la vida).
Vaya clarividencia la de esta escritora. Vaya manera de presentarnos lo que ella fue incapaz de vivir. Esta novela está muy por encima de la vida, pero puede llegarse a vivir. Se puede vivir esta novela imposible. Lori es el arquetipo de lo que quizá Nietzsche nos ha insistido tanto. Acompañarla es acompañarnos fuera de todo panfleto de autoayuda. Toda gran obra ofrece una misteriosa ambivalencia, no un camino recto y pulido con superficiales obstáculos como las novelas de muchos escritores de los aquí no haré mención. Hay dificultad para alcanzar el verdadero placer, hay que sucumbir frecuentemente para llegar al amor, si es que puede llegarse. Esta novela me hace asegurar la magnífica videncia que acompaña a muchos escritores, esos que se asientan en lo difícil y logran lo imposible.