Llovía a cántaros. Llevaba así desde primera hora y no parecía que fuera a escampar en todo el día. El cielo y el mar se fundían en un velo gris impenetrable. El Bec de l´aigle, el portentoso peñasco en forma de pico de águila que se internaba en el Mediterráneo, no se veía a través del chaparrón, síntoma de que el temporal tardaría en remitir. El valle, húmedo y plomizo, parecía extrañamente inmóvil bajo la escasa luz de aquel día de Diciembre. |