Pericia del despertar, ni su cuerpo, ni su sombra, noche para noche casta, sin suspiro y luna amarga, al desvanecerse herida, esperan sin despertar, entre las hojas de piedras. |
Pericia del despertar, ni su cuerpo, ni su sombra, noche para noche casta, sin suspiro y luna amarga, al desvanecerse herida, esperan sin despertar, entre las hojas de piedras. |
Oh, que tú seas el fin que entorna los balcones que despiertan sin nunca despertar en la hora prestada, al baño de los ciervos. Que lo que aprisiones sea más que el ruido del brazo donde todo es mar afinado para el solo momento de alcanzar el relente. Oh, que tus labios asciendan en la respiración de los balcones que aceptan la prisa del humo deletreado y tus miradas se estilen en la orilla de los ríos reemplazando a los suicidas. |
Lento se cae el paredón del sueño; dulce costumbre de esto incierto paso; grita y se destruyen sus escalas. Ya el viento navega a nuevo vaso y sombras buscan deseado dueño. ¿Y si al morir no nos acuden alas? |
Primera luz de una ceniza atarte al borrado principio que nos lleva -fino aliento extendido como seda-, galopando al espejo donde recobrarte. Último desdén que sus cenizas nieva, nacido ya el abismo de olvidarte, si frío el recuerdo escaso veda el mínimo paladeo de nombrarte. |
Ahora que estoy, golpeo, no me siento, rompo de nuevo la armadura hendida, empiezo falseando mi lamento, concluyo durmiéndome en la herida, que no en mí, en la pared, procura el viento, y no es mi herida si la luz perdida procura ironizar el firmamento o se recuesta en la cometa huida. |
Olvido de la corriente, esencia del sacrificio y candelas de la orilla. Cuerpo que se mancilla ya con el nuevo artificio: ausente, no estás ausente. |
Siento que no me siento; borro, la hostiga la nada. Frente a la muralla el ojo traza la ciudad cansada. Rasgada flecha o rastrojo suman un solo lamento. |
Y nos quedamos ciegos, mientras nos palmotean las espaldas. |
Una sonrisa que no termina. Una sonrisa que sabe terminar admirablemente. La sonrisa se agranda como la noche y los ojos se reducen a una pequeña piedra escondida. Calidad de un mineral que se guarda en un paño de aceite milenario: Saber reírse y dar la mano. Las pausas y los hallazgos de la risa transcurren con la sencillez de una silla pompeyana. La mano ofrece la brevedad del rocío y el rocío queda como la arena tibia del recuerdo. Ofrecerá así siempre la sencillez compleja de la risa y el acuoso laberinto de su mano en el sueño. |
última contradicción: entrar en el espejo que camina hacia nosotros, donde se encuentran las espaldas, y en semejanza empiezan los ojos sobre los ojos de las hojas, la contradicción de las contradicciones. |
La edad de la inocencia