Cosas que no quiero saber

Deborah Levy es una de las novelistas y dramaturgas actuales más reconocidas del Reino Unido. Es conocida por la escritura de novelas como Nadando a casa (Siruela, 2015), Leche caliente (Anagrama, 2018) y The Man Who Saw Everything (Penguien Random House, 2019).

Mi primer contacto con la autora ha sido a través de lo que ella misma ha denominado como su “Autobiografía en construcción” compuesta por tres ejemplares: “Cosas que no quiero saber”, “El coste de vivir” y “Una casa propia”.

A través de esta biografía conocemos diferentes etapas de la autora. En “Cosas que no quiero saber” Levy nos traslada a su infancia en Johannesburgo, donde su padre era miembro del Congreso Nacional Africano por lo que sufrió la persecución bajo el apartheid. Pasó dos años preso. Esto marcó su infancia, en la que tuvo que vivir tiempo con su madrina en un ambiente aparentemente más conservador, y su posterior adolescencia, ya exiliada en el Reino Unido y ese sentimiento de no pertenecer a ningún lugar. En “El coste de vivir” nos encontramos a una Levy en la que parece que su mundo se viene abajo: divorciada y madre de dos hijas, luchando para no caer en los estereotipos de la mujer, luchando por salir adelante siendo madre, mujer y escritora.

El cierre de esta autobiografía en construcción es a través de “Una casa propia”, con un evidente giño a Woolf y esa necesidad de buscar un cuarto propio en el que crear en soledad, en libertad, lejos de los prejuicios que se nos impone como mujeres.

Aunque son tres lecturas que me han parecido fáciles no he llegado a conectar del todo con la escritora. No obstante, la importancia de su relato es innegable. Levy reflexiona y analiza sobre las consecuencias de ser mujer y vivir al margen de lo que la sociedad se espera de ella. Es una lectura, además, cargada de referencias importantísimas, como Marguerite Duras, Elena Ferrante, Georgia O'Keeffe, a través de las que indaga y reflexiona sobre el significado de la feminidad.

Desde muy pequeña, en el colegio, la impelían a levantar la voz. Así se va repitiendo esta orden, como hilo conductor de las memorias que Devorah Levy escribió a los cuarenta y poco, como una búsqueda de "esa" voz. O más bien del significado que en su vida le dio a aquello de "alzar la voz" mientras se iba cuestionando todo lo que no quería saber. Convirtió susurros en textos escritos sobre unas servilletas: "Me habían aconsejado que dijera lo que pensaba en voz alta en lugar de quedármelo dentro, pero yo decidí escribirlo". Pone en cuestión todo eso que no quiere saber desde una óptica feminista llena de sentido común y coherencia: desde los aspectos más cotidianos de la existencia hasta el ámbito literario. "Probablemente los escritores existencialistas que en mi opinión podrían darme alguna pista - (...) - no tenían que limpiar hornos con maléficos estropajos Brillo. (...) En mi opinión, estaban diseñados para desperdiciar la vida de chicas y mujeres". Son unas memorias construidas con humor y ternura, a pesar de lo dura que tuvo que ser su infancia y adolescencia. El tiempo que transcurre en la casa de su madrina en Durban tras el encarcelamiento de su padre (activista contra el apartheid) en Johannesburgo es entrañable y estremecedor al mismo tiempo. La recomiendo muchísimo muchichísimo y pienso leerlo todo de ella.
No se la pierdan.

No tenía ninguna expectativa acerca del libro, lo que provocó queme maravillase cuando leí el primer encuentro con la autora y ese preciso momento que la marcó. Me he sentido muy identificada con este último, ya que representa como la situación que uno vive puede llegar a ser desalentadora si no es lo que se tenía en mente. del mismo modo, me ha gustado el estilo narrativo personal, fluido y pausado que utiliza para empezar a narrar su historia.

Hubo varios momentos a lo largo de la lectura en los que concordaba con lo que la autora exponía, como cuando observa a otras madres que hablan sobre otras mujeres en la entrada del colegio de sus hijos. Es un momento cotidiano que me ha hecho reflexionar sobre como podemos acabar atacando a otra persona solo porque ella tiene lo que nosotros no tenemos o dejamos atrás.

Personalmente, la autora me ha hecho reflexionar sobre varios temas sin yo quererlo. En ocasiones me hacía pensar que no estaba leyendo una autobiografía, sino una historia hecha para hacer pensar al lector, y esto me sorprendió.

Y es así como he devorado el libro inconscientemente. La historia que nos cuenta Deborah Levy con un tono calmado y melancólico me impulsó a querer seguir leyendo. Incluso me ha recordado mucho a "Una habitación propia" de Virginia Woolf porque hace hincapié en la escritura, en buscar esa voz propia, en el papel de las mujeres y en la libertad que aporta escribir.

Es una lectura que se disfruta por entrar en los recuerdos de la autora de una forma natural y con un toque melancólico que te hace reflexionar sobre la vida moderna y la escritura.
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Planteada como un tríptico sobre la condición de la mujer - a la par que una aproximación a la figura de la autora - Levy inicia estas memorias respondiendo al mismísimo George Orwell en su conocido ensayo Por qué escribo. Una replica algo pretenciosa pero que, sin duda, todos los que escribimos hemos querido redactar. ¿Por qué escribo? Esa es la pregunta que Levy se hace a sí misma y al mismo tiempo sirve como punto de partida para lo que el lector va a leer a continuación. Articulada a partir de los cuatro motivos que el escritor británico de origen indio desgrana en el citado ensayo, Levy divide esta primera parte de sus memorias en cuarto partes, o lo que es lo mismo, en cuatro motivos que la han llevado a escribir a saber: puro egoísmo, entusiasmo estético, impulso histórico y propósito político. Siendo cada uno de ellos el paraguas bajo el cual se narrarán algunos episodios de su vida.
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