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ISBN : 849908026X
568 páginas
Editorial: Debolsillo (16/11/2016)

Calificación promedio : 3/5 (sobre 1 calificaciones)
Resumen:


"En su obra póstuma, el excepcional novelista uruguayo Mario Levrero se entregó a la tarea de escribir una novela en la que fuera capaz de narrar ciertas experiencias extraordinarias, que él denominaba "luminosas", sin que perdieran tal cualidad. Una tarea imposible, según confiesa más adelante, pero en la que se embarca con el Diario de la beca. En cada una de las entradas de este diario, que recorre un año de su vida, el autor nos habla de sí mismo... >Voir plus
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Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
Guille63
 30 May 2023
“¿A usted nunca le pasó, mirando un insecto, o una flor, o un árbol, que por un momento se le cambiara la estructura de valores, o de jerarquías?”

“Un hombre en busca de sentido”, este podría haber sido un buen subtítulo para "La novela luminosa" que Mario no terminó de escribir a pesar de la apremiante necesidad que tenía por encontrarlo: como gran hipocondriaco, andaba algo acojonado ante una inminente operación de vesícula.

Muchos años después, y gracias a una beca Guggenheim, el autor intenta terminar aquello que empezó en la débil esperanza de llegar a un “punto final, quedar vacío, exhausto, limpio” y que quizás, a su muerte, alguna vez dos personas se encuentren en algún boliche del mundo y hablen de él con cariño y admiración (“Esa manera de sobrevivirse en el arte”). Pero hay un problema, su ánimo no le acompaña. A pesar de que la muerte le vuelve a rondar, no aparece el daimon que le llevó de la mano aquella luminosa vez. Con el fin de invocarlo, Levrero se impone la disciplina de escribir un poco cada día, lo que vino a ser el “Diario de la Beca”. El resultado es algo curioso: una novela de 100 páginas, “La novela luminosa”, precedida por un prólogo de 450, “El diario de la Beca” que en realidad termina siendo la verdadera novela y el testimonio de un fracaso.

“…la tarea era y es imposible. Hay cosas que no se pueden narrar”.

Y es que los hechos que narra en “La novela luminosa” son de toma pan y moja: rocas y semáforos que se comunican con él, mujeres que desde una lejanía de kilómetros le rozan la cara o le muerden la espalda o pronuncian su nombre que él oye alto y claro, dimensiones pobladas de seres de gran tamaño, invisibles e intangibles, comunicaciones telepáticas con hombres, perros y plantas, visiones de colores o audiciones de canciones a través de otras personas, imágenes ordinarias que le provocan agudas sensaciones, miradas que eran más que miradas, experiencias sexuales místicas, sueños premonitorios, fantasmas, la presencia de la Virgen María o de un ángel acariciador … en fin, experiencias luminosas que demostrarían la existencia de “algo viviente y trascendente, algo que implicaba una multidimensionalidad del universo”, o lo que algunos habían empezado a pensar, que era un loco (“mi auténtica función social es la locura”)… o, quizá, sólo quizá, su inmenso miedo a la muerte que le predisponía a encontrar trascendencia por todas partes, que le puso en la situación adecuada para sentir, a sus treinta y seis años, que había sido tocado por la Gracia y que le dotó de una intensidad que se siente plenamente en el relato que es “La novela luminosa”.

Ahora, quince años después, la intensidad de aquellos momentos ha dado paso a la apatía y a la indolencia de un Oblomov moderno apenado por la ausencia de emociones, que va construyendo un diario, como es el diario de casi todos nosotros, muchas veces monótono y repetitivo que, confieso, hizo que pasadas las primeras cien o ciento cincuenta primeras páginas, aburrido, leyera muy frecuentemente en diagonal las ocurrencias de este señor neurótico y egocéntrico ("Todo rebosa de yo, me, mi, conmigo"), un solitario con multitud de fobias de las que lamenta constantemente —el calor, la televisión, el ruido, la gente, salir a la calle, los perfumes, los pitiditos de los semáforos, Beethoven y su música militar, Flaubert y sus novelones de cuatrocientas páginas, el carnaval, la ópera, el teléfono... —, y que durante un año de su vida nos comunica casi diariamente sus continuos trastornos del sueño y sus horarios imposibles, su adicción a los ordenadores, su dieta y la importancia que en ella tienen las milanesas, su obsesión por las novelas policiacas y de espías (por leerlas y por acumularlas, para lo que acude casi diariamente a librerías de viejo regentadas por libreros con lo que cree comunicarse telepáticamente), su aseo personal, sus vistitas al dentista, las visitas de su profesora de yoga y de su doctora (que en un momento avanzado del diario nos enteramos de que es su exmujer), de amigos y, sobre todo, de sus muchas amigas que le sacan a pasear, sus continuos y numerosos dolores, los muchísimos sueños que atormentan sus noches con sus posibles interpretaciones, el tiempo meteorológico, la fabricación de yogures, los talleres literarios que dirige, una historia de palomas en su azotea que interpreta de una forma muy novelesca (necrofilia incluida)… hechos anodinos que se suceden diariamente mientras espera la llegada de ese espíritu creador (“El amor, el espíritu, es un soplo eterno que sopla a través de los tubos vacíos que somos nosotros), una vida corriente que va pasando mientras intenta encontrar en su subconsciente las claves de sí mismo que le permitan abordar la finalización de su novela… o quizá, solo quizá, formas de evadir la «angustia difusa» que le crea su insustancial vida ante una muerte cada vez más cercana.

“Y estas adicciones que me perturban actualmente no son otra cosa que adicciones al estado de trance; un medio de abreviar el tiempo, de que el tiempo pase sin que yo sienta dolor. Pero así también es cómo se me va la vida, cómo mi tiempo de vida se transforma en tiempo de nada, un tiempo cero.”

Una «angustia difusa», un miedo a la muerte que se manifiesta en el texto de diversas formas: sus problemas de salud, no siempre reales, la continua descomposición del cadáver de una paloma que observa desde su ventana, la muerte de varios amigos, el desmoronamiento de la relación sentimental que mantiene con una mujer a la que llama Chl, y, sobre todo, la cada vez más segura muerte de su espíritu que ningún esfuerzo consciente podrá resucitar.

“Es sabido que los autores nunca dicen exactamente la verdad acerca de sus obras, a menudo porque la ignoran”, como bien dice Levrero en uno de esos apuntes diarios, y lo cierto es que este libro acapara cada vez más elogios desde su publicación como una de las mejores novelas de los últimos años en castellano. ¿Por qué no me ha gustado en la medida que tantos dicen que debería? El hecho es muy simple: aunque entiendo la necesidad de la repetición monótona de los días, llega un momento en el que aburre y, aunque en ocasiones me ha recordado a Bernhard, su estilo no llega a ser lo hipnótico que tal acumulación de páginas necesitaría, aunque comparta con el escritor austriaco una libérrima sinceridad y un gran sentido del humor.

No la desaconsejo, pero tampoco me atrevería a lo contrario.
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Citas y frases (2) Añadir cita
MacabeaMacabea11 June 2020
En resumen, deseo poco, pero cuando deseo algo lo consigo. Sin esfuerzo. La clave está en la palabra “esfuerzo”. Desarrollé una especie de desprecio, o menosprecio, por las cosas que se consiguen con esfuerzo.
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MacabeaMacabea11 June 2020
Que fuera imposible no era un motivo suficiente para no hacerlo, y eso yo lo sabìa, pero me daba pereza intentar lo imposible.
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Video de Mario Levrero (1) Ver másAñadir vídeo
Vidéo de Mario Levrero
Leo Maslíah en recital + presentación del libro ?Historietas reunidas de Jorge Varlotta?, de Mario Levrero.
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