Las poseídas de Stepford

Es curioso como se pueden liberar pequeñas ideas en la cabeza de los lectores que poco a poco evolucionan. Conceptos vivos, apenas pinceladas, cargados de en una mala leche venenosa que se libera sin que apenas nos demos cuenta. Las grandes novelas de terror basan se fundamentos en se tipo de conceptos cuyo germen suele acechar en el fondo de tu mente esperando ser recordado al cierre de la novela.
Las poseídas de Stepford basa todo su potencial en una de esas ideas. Y lo hace apelando al propio criterio del lector, invitándole a que saque sus propias conclusiones acerca de aquello que ha leído. Ese tipo de propuestas exige un cierto compromiso desde el momento en que te adentras en ellas. Un acuerdo que puede descarrilar si lo que uno espera en una historia de terror es encontrar la presencia de situaciones sobrenaturales plagadas de riesgo en el que lo imposible se materializa entre las letras. La propuesta de Ira Levin transita en infiernos alejados de eso, poniéndonos en bandeja un tipo de terror mucho más sutil en el que emerge con fuerza el miedo constante a perder la propia identidad.
Y es que en Stepford, pueblo en donde acontecen los hechos de la novela, nos encontramos todo un paraíso idílico en el que la cordialidad entre vecinos se ha convertido en todo un modo de vida. Los hombres disfrutan de un merecido descanso en un exclusivo club mientras que sus esposas esperan con devoción en casa manteniendo todo en perfecta armonía. de ahí que esta novela también se comercialice como Las mujeres perfectas, quizás arrastrada por alguna de las adaptaciones cinematográficas que ha tenido. A ese pueblo llega nuestro matrimonio protagonista, una pareja con ideas progresivas que no entiende de distinciones domésticas por cuestiones de sexo.
Con ese planteamiento nos adentramos en una historia, en apariencia sencilla, que va macerando página a página sin que necesite de artificios para distraer la atención del lector. Y es que Levin dedica todo el tiempo del mundo a plantearnos el día a día de un matrimonio perfecto, usando un lenguaje sencillo, en ocasiones hasta pueril, que trata de adaptarse a las costumbres de su nueva comunidad. Y lo hace siendo consciente de que lo siniestro de la historia planea en todo momento oculto entre sus páginas.
De ahí que el autor de Los niños del Brasil o La semilla del diablo sea consciente de que sus historias se fortalecen llevándote a aquellos lugares que el lector da como seguros. Una familia de ensueño, unos vecinos encantadores, una vida alejada del estrés y los miedos inherente a las grandes ciudades…y cuando ve que has bajado por completo la guardia te adentra en sus pesadillas.