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Crítica de richmarcelo


richmarcelo
15 December 2019
Levemente Lemebel (tus canciones me hacen polvo) Parte 1

He robado, con el mayor respeto -descaro- posibles, el título de una canción muy bella hecha para un impalpable ser humano, muy bello e inmortal. Me refiero a ‘Levemente Lemebel' del cantautor chileno Esteban Ermitaño y me refiero al escritor y artista, también chileno, Pedro Lemebel. Quise dar así algo de brillo a lo que sigue.

Lemebel fue un retratista de lo marginal, de lo abyecto y oprobio; en su faena y afán estuvo mostrar a su público aquel ecosistema de la calle y su biodiversidad, alejándose de lo tradicional. Él puso telas, tacos, cintas y abanicos; performativizó -si me permiten un abuso de lenguaje-. Aspergeó con su barroco aterciopelado para volverse la astilla en el dedo gordo del poder, ser él mismo blindado con una ala rota subversiva y así darle dignidad a lo otro -y darle en la jeta a algunitos-; representar a los olvidados que también están cautivos en sus luchas de carne de cañón. Pura estética, pura realidad humana.

En mi caso en particular -al ser un extemporáneo más- esto que opino sobre él y su labor es reciente; triste para mí admitirlo. Porque empecé a conocerlo, a leerlo tarde, porque -bobo e ignorante- no sabía quién era cuando aún estaba vivo y paseó su figura empañuelada por mi ciudad, tarde acudí a la cita pero me quedan los prolíficos textos que dejó. Quise conocerlo cuando ya estaba muerto pero he podido conocerlo al estar aún más vivo que nunca.

En fin, tras este corto preámbulo me gustaría traer a colación algo que resultaba muy importante para él, algo que es inseparable de la mayoría de sus escritos: la música. Utilizaré como materia su famosa novela ‘Tengo miedo torero' (2001). Analizaré algunos pasajes con la finalidad de que se note aquel vendaval de sensaciones, aquel toque diferente que proporciona la música a muchas de las partes más importantes de la novela; que obre esa magia ambientadora. Pues no solo un texto tiene su ritmo y cadencia, si se le añaden letras de canciones, el lector activará en su cabeza el botón de play y sonará la melodía mientras pasea la vista por cada oración.

Para contextualizar un poco, Pedro Lemebel, desde niño, se cultivó a través de las emisoras; del tango y los boleros de la abuela y la madre (las canciones añejas). Para él la vida empezaba y terminaba con música, en lo principal proveniente de la radio. Esa compañera que invita a mover y mover la aguja del dial. Cuentan que él era así y la Loca del Frente, heroína de 'Tengo miedo Torero', también.
Víctor Hugo Robles -El Che de los Gays- recuerda que durante una entrevista realizada a Lemebel, en su programa radial Triángulo Abierto, él leyó una de sus crónicas: ‘Las amapolas también tienen espinas', acompañado de la voz de Ana Gabriel como fondo musical. Fue tan especial y sincrónico el momento que las pausas que hacía al leer cuadraban con los coros como si se tratase de una performance hecha adrede. Esto provocó que se diera cuenta de la importancia de la lectura radial y lo beneficioso que podría resultar tener su propio programa. Es así como nace Cancionero (1994), emitido a través de Radio Tierra, programa que lo acercó aún más a su audiencia y le permitió criticar y denunciar los abusos de poder.

Ahora bien, ¿cómo principiar a decir cosas sobre ‘Tengo miedo torero'? Empiezo: desde el nombre la novela exuda música, pues éste refiere a una canción -vieja- interpretada por Sara Montiel; preludio que nos invita a acompañar el idilio romanticón de la Loca del Frente y Carlos. Un idilio rocambolesco que se pone en la mitad entre una ideología y una manera de ver la vida y los aconteceres nacionales. Según Lemebel -y así empieza la novela- “Este libro surge de veinte páginas escritas a fines de los 80, y que permanecieron por años traspapeladas entre abanicos, medias de encaje y cosméticos que mancharon de rouge la caligrafía romancera de sus letras.”
Primavera del 86', la ciudad de Santiago hecha un tsunami, un hervidero en contra del régimen (el eterno retorno de lo mismo; mientras escribo estas líneas otro tsunami ocurre en Chile, treinta y pico de años después). La represión es neutralizada a punto de grito acompasado “Y va a caer” (dos años más tarde, durante el plebiscito, la ciudadanía le pondría un hasta aquí nomás a Pinochet. Una canción ideada por la oposición, sencilla y esperanzadora, resultaría determinante para el triunfo del “No”: “Chile la alegría ya viene, Chile la alegría ya viene…”). Entre luchas y discusiones políticas una loca madura, que sabe bordar, cupletea “Tengo miedo torero, tengo miedo que en la tarde tu risa flote” (Tengo miedo torero - Sara Montiel) y “Bésame mucho” (Bésame mucho - Lucho Gatica); canturrea canciones de otra época y prefiere sintonizar programas del recuerdo a los comunicados de Diario de Cooperativa. Sin premeditarlo llega a su vida Carlos, un joven perteneciente al Frente Patriótico Manuel Rodríguez, llega para -entre encargos, secretos, complicidad y enamoramiento- cambiarle y sacudirle la vida porque “Tú me acostumbraste y por eso me pregunto” (Tú me acostumbraste - Lucho Gatica). Un joven al que puede contarle su pasado turbio, prostibular, y así consolarse en su ternura y amabilidad “De mi pasado preguntarás todo que cómo fue. / Si antes de amar debe tenerse fe. / Dar por un querer la vida misma, sin morir, / eso es cariño, no lo que hay en ti-i” (Mucho corazón - Beny Moré). Y del otro lado la antítesis. Con el afán de ignorar las protestas de sindicatos y estudiantes el Dictador se refugia en su casa de campo en el Cajón del Maipo, relajado con la Marcha Radetzky (Johann Strauss I).

(En este punto confesaré que crucé los dedos con el fin de que ese oráculo llamado Google, luego de digitar los fragmentos de letra que cita Lemebel, sea preciso en decirme a qué canción pertenecen; ojalá los logaritmos hayan atinado en la mayoría de los casos, sino me disculpo. Invito también a los lectores a poner en YouTube cada canción citada, así todo se vuelve envolvente y se sacia una de las seguras intenciones del autor).

La primera vez que la Loca del Frente tuvo a Carlos cerquita fue cuando éste le agradeció, con un fuerte abrazo, que no haya hecho demasiado problema por guardarle un importante tubo de metal “Detén el tiempo en tus manos, / haz esta noche perpetua. / Para que nunca se vaya de mí, / para que nunca amanezca.” (Reloj - Lucho Gatica, Los Panchos). A pesar de la emoción desbordada, ella tuvo que contenerse y tratar de disimular ese “anhelo alado e imposible”.

En cambio, si se podría decir, la primera vez que tuvieron una cita fue cuando Carlos la invitó al Cajón del Maipo so pretexto de un trabajo universitario -en realidad tenía que efectuar una labor de inteligencia-. No faltaba más, todo lo mejor para él: comida suficiente, un destacable mantel, sus mejores galas y su sombrero favorito; el amarillo de ala ancha con cinta a lunares “Porque eres y serás para mi alma / un día de sol, eso eres tú” (Un día de sol… - Cecilia).
Ambos de paseo, al esquive de los controles militares, como una pareja en luna de miel. La Loca sintonizando la radio en búsqueda del analgésico bolero y topándose solo con el Si vas para Chile de Los Huasos Quincheros y los boletines de Diario de Cooperativa -aunque para ese entonces ya estaba acostumbrada a la voz calmante de Sergio Campos, además eso le traía la añoranza de Carlos y el conocer los testimonio de las familias con algún miembro muerto o desaparecido-. Mientras su acompañante trazaba planos y tomaba medidas del terreno, ella le pidió a su Torero si podía poner música, quería engalanarle con un zapateo andaluz, un baile brujo y hechicero que vaya “quemando su virilidad”, “demandando su cariño”. al regresar, el barrio les recibe con niños en sus chiquilladas, “radios timbaleando el rock punga de Led Zeppelin”, “los arpegios revolucionarios de Silvio Rodríguez” y el infaltable flash noticioso de Cooperativa que se encargó de reventar el sueño opiáceo. Carlos debe fugar en su vehículo sin más -de seguro con el apuro de averiguar sobre los últimos allanamientos e incautaciones que decían en el boletín-, y ella se queda sin su amor idílico, con su anhelo de lo imposible, se queda con su llanto truncado que no la deja desahogarse, con el deseo de evocar ese bolero falaz que manaba “tanta lírica cebollera de amor barato”. Sola en su mendigar de amor, sin un espectador de su drama; indignada porque no era tomada en serio, solo era considerada como un objeto, una bodega de secretos, un espacio de seguridad para el Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Pero en medio del enojo, golpes en la puerta “Te vas porque yo quiero / que te vayas. / Y a la hora que yo quiero / te detengo. / Yo sé que mi cariño te hace falta / aunque quieras o no / yo soy tu dueño.” (La media vuelta - José Alfredo Jiménez). Ella sabía que a él todo se lo podía perdonar, solo era necesario que aparezca, que salga con sus niñerías y cerrar la reconciliación con la inquietud de la fecha de cumpleaños.

Del otro lado -y de regreso también- una pareja distinta; el Dictador y su mujer, misma que da a conocer al lector la faceta íntima, el lado privado del gobernante, además de varios rasgos del pathos “pituco” y “momio” de esa época -y aún de ahora-. Una mujer que lo hincha desde que Dios hecha el día. Reclamos cansones sobre el viaje fallido a Sudáfrica, berrinches por no haberle hecho caso a su amigo Gonza, anuncios del desgaste de su Gobierno.
Mientras el Dictador cavila y masculla la idea de establecer un derecho de admisión al Cajón, para que no se sature de gente indeseable, recuerda a la pareja del sombrero amarillo que vieron en el camino y, tras un breve análisis, se da cuenta que se trataba de un par de degenerados que hacían cochinadas en su camino, en su preciado Cajón; hablaría de inmediato con el alcalde para que vigile más ese sector.

En radio Cooperativa se comunica sobre disturbios en el ex Pedagógico, varios estudiantes heridos y detenidos por los carabineros. La Loca se preocupa porque Carlos no asoma -muy suya esa forma de aparecer y desaparecer de improviso-. La sorprende en el tendedero; el hombre que la electriza y conflictúa, pues ella ha estado acostumbrada al violento erotismo sexual del amor y no a esa cortesía, a esa educación y suavidad. de vuelta al teatro dramático y a la fingida seriedad, prende la radio y se cuela una música infantil “Alicia va en el coche Carolín”. Carlos con su ternura característica le explica a la Loca como se festejan los cumpleaños de los niños en Cuba -dato importante para lo que ella planificará después-.
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