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En mayo del año pasado se editó este relato corto (ganador del premio Hugo) de la gran maestra de la ciencia ficción Úrsula K. le Guin, de la que ya he leído varias obras y nunca me ha defraudado. En mi última visita a la biblioteca vi que lo tenían en la zona de novedades y decidí cogerlo porque me apetecía volver a ella y, además, disfrutar de la preciosa edición ilustrada de Nórdica. Omelas se nos presenta como un lugar utópico donde todo es bello: sus gentes, sus calles, sus paisajes, sus fiestas…Además es un mundo que vive en paz y armonía, donde no hay sufrimiento y todo el mundo (o casi) es feliz. El libro nos presenta un día concreto en el que se celebra una fiesta, con comida y bebida a tutiplén, fuegos artificiales, calles decoradas, desfile de caballos...Pero claro, si todo fuese tan maravilloso, no habría lugar a escribir sobre un lugar así. Lo que sucede en Omelas es que, para que todo el mundo sea feliz, un solo niño tiene que sufrir lo que el resto no padece. Ese niño, que se encuentra encerrado en una celda cuya puerta solamente se abre para meter comida y bebida, se cansó ya de pedir auxilio y ahora solo puede proferir ligeros chillidos que nadie escucha. Su estado es de pura dejadez, padece de raquitismo y vive rodeado de sus propios desechos. Pero lo que de verdad asombra es que todos los ciudadanos de Omelas son conscientes de este hecho, incluso se lleva a los más jóvenes a que lo vean con sus propios ojos, quizás para que sean conscientes de su fortuna por no ser aquel niño. Muchos sienten rabia o tristeza al verle, pero no son tantos los que deciden huir de esa realidad ficticia creada en Omelas. Aunque en apariencia pueda tratarse de una historia sencilla, deja un poso amargo y reflexivo en el lector. ¿Es justo que muchos sean felices a costa de la infelicidad de una sola persona? ¿Hasta qué punto puedes obviar la existencia de un hecho o una persona para vivir feliz? ¿Y a dónde van todos aquellos que deciden renunciar a la felicidad? |
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