era una mujer con sotana la que oficiaba la misa ante el altar y, en lugar de eterna maldición, hablaba de luz, de amor y de esperanza. Erica habría preferido que, durante su infancia, le hubiesen transmitido esa visión de Dios.
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era una mujer con sotana la que oficiaba la misa ante el altar y, en lugar de eterna maldición, hablaba de luz, de amor y de esperanza. Erica habría preferido que, durante su infancia, le hubiesen transmitido esa visión de Dios.
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Ya es hora de seguir adelante, de dejar de lamentarse por lo que podría haber tenido y alegrarme de lo que de hecho tengo.
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La tranquilidad que reinaba en la calle, era una liberación, nadie más circulaba afuera, el único ruido que escuchaba era el de su respiración
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Lo peor no eran los golpes. Era tener que vivir siempre a la sombra de los azotes, vivir a la espera de la próxima vez, el próximo puñetazo. Su crueldad era terrible, pues él era bien consciente de su miedo y jugaba con él. Alzaba la mano para asestarle un golpe, pero luego la dejaba caer despacio convirtiendo el gesto en una caricia acompañada de una sonrisa. A veces le pegaba sin motivo aparente. Así, sin más. Aunque por lo general, no necesitaba ningún motivo, sino que, en medio de una discusión sobre lo que iban a comprar para la cena o sobre qué programa de televisión iban a ver, el puño de lucas salía disparado contra su estómago, su cabeza, su espalda, o cualquier otro lugar que se le antojase. Después, sin perder el hilo ni por un instante, seguía con la conversación como si nada hubiese sucedido, mientras ella yacía en el suelo hipando para recuperar la respiración. Era el poder lo que le causaba tanta satisfacción.
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Era mejor tenerla a su lado, aunque no fuese más que en el sentido puramente físico; pero no perdía la esperanza de que un día llegase a ser del todo suya. Estaba dispuesto a correr el riesgo de no tenerlo todo nunca, a cambio de estar seguro de poseer una parte. Un fragmento de Alex era suficiente. Hasta ese punto la amaba.
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Oía en la distancia el ruido de la gente en movimiento, pero lo suficientemente lejos como para poder quedar adscritos a otro mundo.
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Su ingenuidad y su bondad parecían convertirlo en un imán irresistible para mujeres que devoraban hombres para desayunar y después escupían los restos.
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Por primera vez, dudaba de que la bondad humana superase verdaderamente a la maldad.
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De todos modos, no tenía sentido pasar el rato lamentándose. Los moratones desaparecerían, como siempre, y mañana sería otro día.
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Lo fascinaba que la voluntad de supervivencia del ser humano fuese tan fuerte, pese a que no había allí rastro de la menor calidad de vida; aun así, uno siempre elegía seguir adelante, día tras día, año tras año.
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10 negritos