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Crítica de MatiasTalevi


MatiasTalevi
27 December 2020
La épica del mal

En una entrevista con El País, César Aira habló sobre sus lecturas favoritas y dijo lo siguiente:

Los cantos de Maldoror, para mí, fueron una lectura reveladora. Recuerdo haberle dicho a una poeta que fue mi amiga, Alejandra Pizarnik, que Lautréamont y Los cantos de Maldoror me vuelven loco. Alejandra me dijo: ¡Cuidado! Eso puede hacerse literal con este poeta.”

Exhumar las páginas que la literatura oculta en su bitácora del tiempo es una de las cosas que más me fascinan como lector. Descubrir aquellos libros que habitan en las sombras, esperando relucir su contenido fulgurante y revelador: lo ignoto, aparte de su oscura seducción, siempre tendrá algo que ofrecerle a la literatura.
La primera edición de Los cantos de Maldoror (1869) fue impresa por el editor belga Albert Lacroix, pero su temor a la censura impidió que la distribuya a las librerías de Francia. de esta manera, los cantos quedaron sumergidos en el mutismo de un sótano abandonado, acompañados por su contenido impío y blasfemo.
Su autor, el escritor enigma, fue Isidore Ducasse, bajo el pseudónimo Conde de Lautréamont. Los datos biográficos de este joven poeta, que encontró la muerte a los veinticuatro años, son totalmente escasos y no hacen más que aumentar el misterio de su obra. Nacido en Montevideo e hijo de un diplomático francés, nervioso, ordenado y trabajador. Solo escribía de noche, frente a su piano. Murió en 1870, solo, en una habitación pequeña y por las garras tísicas de la época.
Casi veintidós años después de su muerte, la obra de Lautréamont fue definida por André Breton como la expresión de una revelación total que parece exceder las posibilidades humanas. de esta forma, es considerado el padre del surrealismo.

Los cantos de Maldoror son la prueba de la convivencia equilibrada entre la belleza y lo grotesco: Maldoror, arcángel del mal, enemigo de Dios y héroe de esta Odisea, es el protagonista y por momentos propio narrador de estos seis cantos escritos en prosa, divididos por estrofas. La lectura está plagada por los actos violentos e inhumanos que comete el mismo Maldoror, demostrando su odio contra la especie humana y, especialmente, contra el Creador. En esta marisma sangrienta, las palabras de Lautréamont y su verdugo fluyen de manera poética y con una musicalidad estrambótica al oído del lector. Esa especie de “yo lírico”, parece estar poseído por el espíritu antagónico de Maldoror y, al igual que en la Odisea de Homero, Lautréamont utiliza epítetos para dirigirse a la entidad vampírica sedienta de sangre.
Desde el comienzo, el libro despliega sus ponzoñosas y adictivas palabras, a partir de una invocación:

“Plegue al cielo que el lector, enardecido y vuelto momentáneamente feroz como lo que lee, encuentre sin desorientarse su camino abrupto y salvaje a través de las desoladas ciénagas de estas páginas sombrías y llenas de veneno; pues, a menos que aporte a su lectura una lógica rigurosa y una tensión de espíritu igual cuando menos a su desconfianza, las emanaciones mortales de este libro empaparán su alma como el agua el azúcar. No conviene que todo el mundo lea las páginas que siguen: solo unos pocos saborearán este fruto amargo sin peligro.”

Las advertencias se vuelven una constante con el correr de las páginas y esconden cierto carácter satírico, es decir, intimidan al lector, lo desafía a seguir leyendo (si es que tiene el valor) y juzgan su entendimiento de las palabras. No está demás aclarar que este libro no es para cualquiera, su lectura puede resultar chocante debido al nivel de violencia explícita con el que se describen las escenas de asesinato. Maldoror, como artífice de estas ejecuciones rocambolescas, no solo demuestra su capacidad para matar hombres, mujeres o niños, sino también su fetiche por hacerlos sufrir.

”Hay que dejarse crecer las uñas durante quince días. ¡Oh! qué dulce es entonces arrancar brutalmente de su lecho a un niño que aún no tiene nada sobre el labio superior, y, con los ojos bien abiertos, ¡simular que se pasa suavemente la mano por su frente, echando hacia atrás sus hermoso cabellos! Luego, de repente, en el momento en que menos lo espera, hundir las largas uñas en su blando pecho, de forma que no muera; pues, si muriese, más tarde no tendríamos la visión de sus miserias.”

El arcángel del mal es una entidad peligrosa que sobresale en el acto del engaño: sus palabras poseen un encanto siniestro que embelesan los pensamientos de los mortales: de este modo, lo veremos interferir en plegarias, diálogos y en los lugares más íntimos de la mente. La violencia física es tan solo uno de sus infinitos recursos para sembrar el caos; su vasta presencia genera horror y corrupción en el ambiente. Maldoror es, ante todo, sádico y está respaldado por un intelecto sin igual, sumado a una creatividad macabra en el arte de masacrar a la raza humana. Entre ellas, crear un foso de ciento sesenta kilómetros cuadrados repleto de piojos.

𠇜onstruí esa mina artificial del siguiente modo: arranqué un piojo hembra de los cabellos de la humanidad. Se me vio acostarme con ella durante tres noches consecutivas, y la arrojé al foso. (...) al cabo de varios días, millares de monstruos bullendo en un nudo compacto de materia nacieron a la luz. Ese nudo repugnante se volvió, con el tiempo, cada vez más inmenso, a la vez que adquiría la propiedad líquida del mercurio, y se ramificó en varios brazos, que actualmente se nutren devorándose entre sí (el nacimiento es mayor que la mortalidad), cuando no les arrojo como alimento un bastardo que acaba de nacer y cuya muerte deseaba su madre, o un brazo que voy a cortar alguna muchacha, de noche, gracias al cloroformo.”

Más allá de la repugnancia que pueden generar estas palabras, Los cantos de Maldoror rozan lo absurdo y lo irónico. La devoción que manifiesta este engendro del mal por los animales y la naturaleza, se traduce en una hipérbole cómica que no pierde su elevado encanto literario. La aparición de animales bestiales, metamorfosis y la relación del maligno ante estos elementos, son un punto álgido en esta épica, por ejemplo: el primer amor de Maldoror fue un tiburón. Cito.

𠇝os muslos nerviosos se adhirieron estrechamente a la piel viscosa del monstruo, como dos sanguijuelas; y los brazos y las aletas entrelazados alrededor del cuerpo del objeto amado que rodeaban con amor, mientras sus gargantas y sus pechos no tardaron en formar únicamente una masa glauca con exhalaciones de fuco
[...]
¡se unieron en una larga, casta y horrenda cópula! [...]”

La historia mantiene la estructura propia de un poema épico, es la “Odisea del mal”, Maldoror adquiere el rol de héroe, y Lautréamont juega a ser Homero. Nosotros, los humanos, somos el enemigo que perecemos ante la protervia de un ser imparable, una maldad que hace dudar hasta al mismo Dios. A medida que avanzamos con la lectura, encontraremos que el nivel de blasfemia aumenta significativamente, y el nombre de Maldoror se eleva con preponderancia por encima de la figura del Creador. Con esfuerzos inútiles, los arcángeles celestiales intentan poner fin a la crueldad de este campeón del mal y se manifiestan en objetos mundanos o animales salvajes de la naturaleza. Las escenas de combate tienen el nivel trascendental de una epopeya griega. En el siguiente apartado del canto número dos, Maldoror se bate a duelo con un arcángel del Señor, el cual había tomado la forma de una lámpara con mechero de plata.

”[...] Maldoror no sale del templo, y permanece con los ojos clavados en la lámpara del santo lugar… Cree ver una especie de provocación en la actitud de aquella lámpara, que le irrita en sumo grado por su inoportuna presencia. [...] Coge la lámpara para llevarla afuera, pero ella se resiste y crece. le parece ver unas alas en sus costados, y la parte superior reviste la forma de un busto de angel.
[...]
Sin embargo, se prepara para la lucha con valor, porque su adversario no tiene miedo. [...]Con sus músculos estrangula la garganta del ángel, que ya no puede respirar, [...] se inclina, y lleva la lengua llena de saliva sobre aquella mejilla angélica que lanza miradas suplicantes.”

Lo cantos de Maldoror es uno de los libros más enigmáticos de todos los tiempos, se requiere paciencia y valor para atravesar sus páginas cenagosas. Si podemos entender el carácter artificioso en la creación de una héroe malvado, apreciaremos la belleza con la que está escrita esta obra. Cada estrofa esgrime una definición o una metáfora para deleitarse. Es cierto que Maldoror "desentraña" a sus víctimas y lo disfruta, pero nosotros, como lectores, debemos desentrañar sus palabras tan bien elucubradas. Allí encontraremos lo maravilloso de este libro, entre la sangre y la poesía.
No debemos olvidar que el Conde de Lautréamont es considerado el padre del surrealismo, su escritura no está censurada por los límites morales que impone la conciencia, es una marisma escarlata que ahoga al lector de manera grotesca y sin piedad. Los cantos de esta epopeya no siguen un orden específico respecto al narrador, por momentos es Lautréamont, por momentos Maldoror, o, incluso, una combinación de ambas voces que convergen en una polifonía demencial.

Las cartas que Ducasse envió a críticos de la época revelan información valiosa acerca de su obra. En ellas, el autor afirma que los sentimientos son la forma de razonamiento más incompleta que se pueda imaginar, por eso decide cantarle al mal y no hablar del bien.
Su poesía, por otra parte, es un híbrido entre la crítica literaria y los pensamientos farragosos de su yo lírico; difícil, enrevesada y filosa. al igual que los cantos, también están escritas en prosa y, si bien Maldoror no ocupa el protagonismo, Ducasse desenfunda una pluma afilada que no titubea al momento de herir a escritores importantes y de renombre.
Esto no solo demuestra la capacidad increíble de este franco uruguayo para romper los esquemas de la literatura, sino el inmenso bagaje cultural que poseía con una edad tan prematura (tan solo veintidós años), y el atrevimiento para ganarse un lugar entre los escritores más grandes. El canon literario, lejos de ser un lugar pacífico, es una guerra constante y él tenía en su poder las armas para combatir y ganar.
Hay dos cosas que son ciertas: Isidore Ducasse era un genio y abandonó este mundo demasiado pronto.
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