Finalmente, la situación era tan tensa y cada una de ellas defendía su punto de vista con tanta pasión, que Júbilo llegó a temer una desgracia. Así que cuando su madre, armándose de valor, le dijo:
-Mira, hijito, dile a tu abuela que yo no acepto que nadie venga a mi casa a decirme como hacer las cosas, pues ¡yo no recibo órdenes de nadie y mucho menos de ella!
A Júbilo no les quedó otra que traducir:
-Abuela, dice mi mamá que en esta casa no se aceptan órdenes…bueno, más que las tuyas.
Al oír estas palabras el ánimo de doña Itzel cambió por completo. Por primera vez en la vida, sentía que su nuera le estaba dando su lugar. Doña Jesusa, por su parte, no cabía en sí de la sorpresa. Nunca se esperó que su suegra pudiera reaccionar con una sonrisa tan apacible ante una agresión tan fuerte y después del desconcierto inicial, ella también le respondió con una sonrisa y por primera vez desde que se casó sintió que su suegra la aceptaba.