Las almas muertas solo sueñan con la muerte -dijo el resucitador al emperador-. Los sueños insignificantes son para los hombres insignificantes. La vida es la que se expande para llenar mundos. Es la vida tu dueña, o la muerte. "
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Las almas muertas solo sueñan con la muerte -dijo el resucitador al emperador-. Los sueños insignificantes son para los hombres insignificantes. La vida es la que se expande para llenar mundos. Es la vida tu dueña, o la muerte. "
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Las almas muertas solo sueñan con la muerte" dijo el resucitador al emperador. "Los sueños insignificantes son para los hombres insignificantes. La vida es la que se expande para llenar mundos. Es la vida tu dueña, o la muerte.
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Había descubierto que la clemencia era capaz de una alquimia increíble: una sola gota podía diluir un lago de odio.
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No voy a decirte que tu futuro será sencillo, ni siquiera que habrá un futuro. Solo quiero que dejes de castigarte. Tú siempre has sentido la verdad en él, entonces y ahora. Tú corazón no se equivoca. Tú corazón es tu fuerza. No tienes que avergonzarte
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Soy una entre un billón. Soy polvo de estrellas reunido momentáneamente en un cuerpo. Me desperdigaré. Algún día, ese polvo se transformará en otras cosas y yo seré libre.
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Pero… entonces… las manos de Karou cayeron a ambos lados de su cuerpo. ¿Por qué? No había pretendido bajarlas. Las hamsas reposaban calientes sobre sus muslos y respiraba de manera entrecortada, jadeante, y fue incapaz de levantarlas de nuevo. Akiva temblaba y se convulsionaba, y de nuevo se encontraron los dos en el ojo de una tormenta de sufrimiento –su mundo era una tormenta de sufrimiento y ellos estaban atrapados en el ojo del huracán, en la engañosa calma que les había permitido olvidar, mucho tiempo atrás, que alrededor de ellos existía un hiriente torbellino de odio que los atraparía-; el sufrimiento estaba por todas partes y en todas las cosas, y ellos habían sido unos ilusos al creer que podrían abandonar su pequeño refugio y no quedar atrapados en aquella vorágine como cualquier criatura viviente de Eretz. |
No fue una especie de sorpresa pasajera, ni gratitud momentánea por haberse librado de un hachazo en la cara. Bueno, eso también, pero lo que sintió fue más grande, más intenso. Fue la comprensión –y la carga- de que, al contrario de los muchos que habían muerto por su culpa, él conservaba la vida, y la vida no era un estado por defecto –no estoy muerto, por lo tanto debo estar vivo-, sino un medio. Para la acción, para el esfuerzo. Mientras tuviera vida, él, que la merecía tan poco, la utilizaría, la esgrimiría y haría todo lo que pudiera en su nombre… aunque no fuera suficiente, nunca lo sería.
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Érase una vez un ángel y un demonio que se enamoraron y osaron imaginar una nueva forma de vivir –una sin masacres, ni gargantas desgarradas, ni hogueras en las que se quemara a los caídos, sin resucitados, ni ejércitos de bastardos, ni niños arrancados de los brazos de sus madres para cumplir su tarea de matar y morir-. Una vez, los amantes yacieron entrelazados en el templo secreto de la luna y soñaron con un mundo que era como un joyero sin joyas –un paraíso a la espera de que ellos lo encontraran y lo llenaran con su felicidad-. Aquel mundo no era este. |
Akiva no pudo evitarlo, la miró y la miró y sufrió al mirarla, sabiendo que nunca volvería a rozar su piel o a verla sonreír.
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Creo que siempre te encontraría. Sin importar lo escondida que estuvieras.
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Manolito ...