Como ya comenté en su momento, y para que os sirva de orientación, una servidora experimentó asco, odio, rabia, impotencia, pena, repugnancia, fascinación y un nudo en el estómago imposible de describir. Y tan sólo llevaba cuarenta páginas leídas. Cuarenta páginas en las que advertí no sólo un excepcional talento narrativo, también la singularidad de una historia tantas veces contada pero nunca desde esa extrema frialdad. Leer El gran cuaderno es como tocar directamente el hielo, sin protección alguna, y sentir como se te congela la sangre a medida que los personajes van descendiendo en su particular infierno moral.
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